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Andrés Neuman. Escritor
Granada/Después del éxito de El viajero del siglo, Andrés Neuman vuelve a la novela 'larga' con Fractura, que este martes presentará en Granada. Se trata de la historia de un superviviente de las dos bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki que ve reconstruido su pasado a través de los ojos de cuatro mujeres mientras vive sus días de vejez sacudido por el desastre del reactor nuclear de Fukushima.
-El tema de la elección de los recursos energéticos es una rareza en la literatura española actual, en la que parece que las cuestiones medioambientales no preocupan mucho a los escritores.
-Sí, es uno de los grandes temas pendientes para ser trabajados desde el arte. Pienso que hay tres grandes fuerzas que no tienen patria: la energía, la economía y el amor, y las tres están presentes en la novela. Es verdad que sobre la primera no se suele escribir mucho, pero si hay algo que nos concierne y afecta a todos, que hemos dejado que nos arrebaten, monopolicen y para colmo no nos informen de su gestión, es ésta. Pero la energía en la novela es también una metáfora de las fuerzas que mueven nuestras emociones. No entro en tecnicismos sino que más bien trato de plantear el marco del problema para, a partir de ahí, desarrollar acciones y sentimientos que conciernen a los personajes.
-¿Por eso ha aclarado que no trataba de "dar un sermón" sobre la energía atómica?
-Siempre desconfío cuando se dice que un libro tiene 'mensaje', porque parece que su autor gozase de la noción muy clara de llevar razón y del derecho de adoctrinar al prójimo. En este caso, más que dar un mensaje unívoco, me interesaba cuestionar nuestra costumbre de compartimentar geográficamente un problema que nos afecta a todos. Por ejemplo, la central de Chernóbil estaba en lo que hoy es Ucrania, pero el país más afectado fue la actual Bielorrusia, que irónicamente no tenía ninguna central nuclear en su territorio. Lo interesante de Fukushima fue que puso a todo el mundo a pensar en sus recursos energéticos y en la gestión opaca que se hace de ellos, algo que me asombra por su relativa invisibilidad pública, siendo su alcance tan unánime.
-También hay un poco de efecto mariposa en 'Fractura'.
-Me fascinaba la cuestión del epicentro y las ondas expansivas, por eso la novela empieza con un terremoto, como un pequeño acontecimiento en un lugar aparentemente lejano que se va poco a poco propagando hasta alcanzar la cocina de nuestra casa.
-Sorprende el trabajo de documentación: en la 'Nota del autor' cita artículos que van desde las dificultades de la enseñanza del español para alumnos japoneses a la Fisioterapia en España en el XIX y XX.
-Yo, cuando más me divierto, es cuando estudio para escribir una novela y fue fascinante leer sobre temas tan diversos. Uno no escribe porque sabe cosas, escribe para aprenderlas. Aquí cuento cuatro historias de amor que ocurren en distintos lugares y en distintos momentos del siglo XX: en París, Nueva York, Buenos Aires y Madrid, en ese orden. El hecho de recorrer distintos escenarios y décadas hizo que pudiese investigar desde el jazz en el Harlem de los años 60 y 70 hasta los cafés de París de los 50 o el comienzo de la Fisioterapia como especialidad médica en la España franquista. Pero el objetivo nunca es acumular información sino tratar de vincularla con la vida íntima de los personajes. Una novela es una especie de estómago que digiere las ideas y los datos y las transforma así en conflictos humanos.
-El protagonista nómada le permite recorrer países y, a la vez, realizar un "juego de voces" con las mujeres que narran su historia.
-Me gusta la definición de juego de voces porque, en efecto, la novela tiene cinco voces y cada una de ellas plantea un trabajo distinto con el idioma; desde el castellano ilocalizable del narrador omnisciente hasta el español de Buenos Aires de Mariela o el madrileño de Leganés de Carmen, pasando por ese ejercicio absolutamente divertido que fueron las voces de la mujer francesa y norteamericana. Quería que sonasen ligeramente traducidas, como con un castellano que dejase asomar la lengua de la que provienen. Intenté generar la sugestión de esos documentales en los que aparece el testimonio de alguien que habla en otro idioma y de vez en cuando superpone un doblaje simultáneo. Son cinco modelos distintos de idioma.
-También permite cuatro modelos distintos de relación amorosa.
-En el libro no sólo hay cuatro historias de amor, también un pequeño recorrido por el amor a distintas edades: las formas que tenemos de establecer pareja y de separarnos desde la primera convivencia al redescubrimiento del amor a una edad otoñal. Quería reflejar hasta qué punto somos diferentes personas cuando la edad y la compañía van cambiando.
-Lo que sí tienen en común las cuatro mujeres es que son personajes femeninos muy decididos y muy contemporáneos.
-Siempre me han gustado los personajes femeninos fuertes y siento que la novela se jugaba mucho en que las voces de esas cuatro mujeres fueran convincentes. Ellas discrepan sobre la persona que están recordando y también en torno a cuestiones como la familia o la maternidad.
-La catástrofe le sirve para que Watanabe, el protagonista, se replantee las cosas. ¿No hay otra forma de hacernos esos planteamientos antes de la tragedia?
-Ciertos episodios irreversibles ponen en marcha conclusiones que a veces llegan demasiado tarde. Pero el llanto sobre la leche derramada no parece una idea filosófica demasiado útil para que aprendamos. Hay una forma más limpia y placentera que es la ficción, ensayos generales de acontecimientos que uno desea evitar. Me parece mucho más saludable sacar conclusiones de esta segunda manera. Hoy nos quedan dos grandes herramientas humanistas que son la lectura y el viaje, recursos mediante los que algo aparentemente lejano se nos acerca y nuestro prójimo, a veces imaginario, termina importándonos como si fuese de la familia.
-También propone un juego de espejos entre la memoria colectiva y la individual. En el arranque de la narración de Violet, ella empieza comparando lo que recuerda y lo que no como ejemplo de lo subjetiva que es la memoria.
-Ahí hay un homenaje al libro Me acuerdo de Georges Perec poniendo en contrapunto lo que recordamos y lo que hemos olvidado interesadamente. Es una pequeña muestra del otro eje de la novela: de qué modo se armoniza el mirar hacia atrás con el seguir adelante. Esas dos partes para mí quedan muy reconciliadas en esa maravillosa forma tradicional de artesanía japonesa que es el kintsugi: consiste en reparar los objetos con polvo de oro subrayando y embelleciendo el lugar por donde un objeto se rompió de manera que la grieta no quede oculta, como sería previsible, sino realzada. Eso puede ser una fuente de inspiración para la memoria íntima y también la colectiva. Me gustaría pensar que Fractura rinde tributo al arte del kintsugi pensando en sus posibles aplicaciones históricas y emocionales.
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