Artes Plásticas

Cuando la escultura descubre la verdad artística

  • Francisco Martínez Ruiz, protagonista de la muestra de Arrabal&Cía, es un escultor en el más amplio sentido de la palabra porque domina los materiales, incluso de la complejidad del hierro

Cuando la escultura descubre la verdad artística

Cuando la escultura descubre la verdad artística / B. P. (Granada)

Desgraciadamente no es buen momento para la escultura. Una de las grandes Bellas Artes de la tradición, aquella que dio al mundo obras espectaculares de profundísima trascendencia, hace tiempo que se encuentra en un estado de mínimos creativos. Los artistas parecen tener otras necesidades; los materiales son difíciles y complejos -de manejar, de encontrar, de comercializar, de almacenar ...-; el interés por la escultura de los coleccionistas es más bien escaso, los grandes y habituales "consumidores" -la iglesia y las corporaciones religiosas, las instituciones públicas y privadas, incluso, los museos- tienen otras prioridades distintas a la realidad de la escultura moderna.

Todo esto conforma un cúmulo de situaciones que inciden negativamente en el desarrollo de este planteamiento artístico. Lo que se traduce en una muy escasa formulación de intereses escultóricos y, por tanto, se hace difícil encontrar escultores ejecutores de buenas obras. Además, el arte actual va por derroteros muy distintos. Aunque la pintura, en su amplísima magnitud, mantiene viva su existencia, las nuevas tecnologías han impuesto su determinante razón de ser y han contribuido a que la escultura desarrolle ese estado de postración que manifiesta. Los escultores, los pocos que existen, dejan muestras, no obstante, de una gran posición y unos valores artísticos muy a tener en cuenta.

Francisco Javier Martínez Ruiz es un ejemplo de estas consideraciones. Es un escultor en el más amplio sentido de la palabra. Domina los materiales; aunque estos sean tan especiales y de tantas complejidades como el hierro. Tiene un sentido inmenso del tratamiento formal de la escultura y, sobre todo, manipula su realidad física hasta dotarla de un amplio sentido artístico que deja traslucir un concepto muy bien interpretado.

La exposición de la galería del Callejón de Señor nos pone en sintonía con un muy buen desarrollo escultórico. Con él, nos introduce en una realidad presentida, en un juego de evocaciones, en el relato metafórico de una idea. Es la mágica lección de lo abstracto; ese desarrollo no concreto que abre las perspectivas para acceder a un universo de sensaciones. El artista recrea poderosamente la visión mediata de la luna; ese círculo enigmático que hace presentir, que evoca, que suscribe lo presente y lo ausente, que tiene infinitas caras, que manifiesta también, infinitas posiciones, que genera emoción y que deja sentir, sobre todo, la verdad de la gran escultura.

Con unas obras muy bien estructuradas escultóricamente, con la escultura desarrollando sus expectantes límites, con el trabajo formal ejerciendo su potestad plástica desde la materialización del concepto, Francisco Javier Martínez Ruiz nos conduce por el patrimonio de los símbolos, por las silentes argumentaciones que sugieren mundos donde lo posible y lo imposible, lo mediato y lo inmediato, el recuerdo de una mínima sensación, la naturaleza que se vuelve espíritu frágil donde anida el silencio, donde lo máximo es el rumor fugaz de un recuerdo o donde el misterio del alma se representa con lo voluble de un material bellamente manipulado; todo, en definitiva, para atisbar la presencia efímera de un gesto hecho materia plástica.

En la exposición nos encontramos la eterna presencia de una escultura que sienta las bases de una realidad artística que perdura, que surge sin complejos, que manifiesta el profundo sentimiento, casi gestos llenos de espiritualidad, de una verdad que el artista argumenta desde los valores de un arte que, en su obra, se manifiestan sin tiempo ni edad.

La obra de Francisco Javier Martínez Ruiz es el feliz reencuentro con la gran escultura esa que descubre al verdadero artista, al ensoñador de gestos, al hacedor de sabias profecías llenas de misterios. Una exposición para seguir creyendo que la escultura nunca va a perder su posición heredada de siglos.

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