Una exigencia para el arte: el rigor

¿Pero esto es arte? El profesor Félix Ovejero Lucas aborda ahora en su nuevo libro esa vieja pregunta, o ese viejo desconcierto, y lo hace en unas páginas valientes e interesantes

Una exigencia para el arte: el rigor
Una exigencia para el arte: el rigor
J. Bosco Díaz-Urmeneta Sevilla

30 de junio 2015 - 05:00

No es un libro reciente (se publicó en septiembre de 2014) pero sí actual por el problema y el debate que plantea. El problema es la extrañeza -sino el desconcierto- que suscita el arte actual: ¿pero esto es arte? La pregunta no es nueva (hace más de un siglo la hicieron muchos británicos ante obras de Manet, Gauguin, Cézanne o Matisse, que Roger Fry llevó a Londres) pero el profesor Ovejero la aborda y trata con valentía e interés.

Destaca, primero, su diagnóstico: el arte ha ido renunciando a valores sustantivos, morales y formales. Este decaimiento (y es la segunda idea de interés), iniciado en el Romanticismo, deriva de la autonomía del arte que poco a poco ha erosionado los criterios que permitían precisar si algo es o no una obra de arte. Cualquier cosa puede serlo hoy: un vídeo de Bill Viola y una burlona escultura de Cattelan, un dibujo de Picasso y las Latas de sopa de Warhol, un Rembrandt y las fotos que Thomas Ruff elabora sobre las tomadas por la NASA o el European Southern Observatory. Esta carencia de normas y criterios desemboca en el desamparo del artista: abandonado a su invención, se debate entre la inseguridad y la búsqueda de apoyos (mercantiles o institucionales) que le permitan hacer carrera.

No acusa a los artistas de mala fe: es la confusa situación de la institución arte (del mercado a la crítica, de la teoría del arte a la práctica de los museos) quien propicia estas actitudes. Dada esa situación, Ovejero propone un camino alternativo para discernir la condición de arte. Es la tercera idea que debe subrayarse. Si el producto, la obra, no permite ya tal discernimiento, vayamos a sus autores: confiaremos en la obra de quien se tome en serio a sí mismo; es la garantía de un quehacer honesto que no antepone al arte la búsqueda de fama, éxito o ventas.

Añadiré a este sucinto resumen que el autor opone a la confusión que detecta en el mundo del arte la claridad del trabajo científico, donde método y criterios fijan unas vías de trabajo y cierran otras. No por virtud de los investigadores sino por la propia estructura institucional.

¿Qué pensar de todo esto? Es difícil compartir el diagnóstico general. Hay sin duda obras que sólo buscan su efecto mediático y otras que nutren colecciones más publicitarias que artísticas, pero otras, muchas (las de Gerhard Richter, Elena Asins, Rachel Whiteread o Jordi Teixidor, por citar sólo algunas) que en absoluto obvian valores sustantivos o morales.

Más difícil aún es compartir cuanto se dice del valor de los antiguos criterios. La mayor parte de esas normas se fijan en el siglo XVI. Vasari, tras rechazar otras normas (góticas, bizantinas), asegura que un joven, si quiere ser artista, sólo tiene que seguir los pasos de Miguel Ángel. Medio siglo después, con Caravaggio, comienzan los problemas y ya en el siglo XVIII, si seguimos las normas académicas, rechazaremos a Rembrandt y pondremos peros a Chardin. Necesario es aceptar que el arte es histórico y que el artista trabaja entre el ejercicio de su libertad y los interrogantes que plantea su tiempo.

Desde tal encrucijada pueden producirse obras desconcertantes y aun incomprensibles, pero ¿es hay por ello que recurrir a la integridad moral del artista? He señalado la proclividad mediática, mercantil o institucional de algunos artistas, pero ni siquiera en esos casos, su trabajo puede descartarse del todo. Así ocurre con obras de Tracey Amin o Miquel Barceló. No creo que la crítica pueda expedir certificados de buena conducta. ¿Qué hacer entonces?

En un pasaje de su libro, el profesor Ovejero habla del malestar que producen las primeras páginas de una novela difícil: hace falta un esfuerzo inicial, viene a decir, porque es una fatiga sin recompensa inmediata (p. 109). Quizá en las artes plásticas haya que pasar también ese mal trago: entrar poco a poco en las obras, sin ayuda de etiquetas, y analizarlas, situarlas adecuadamente y ensayar una interpretación. Eso permite valorar a Magritte y dejar a un lado a Masson y Delvaux (por surrealistas que sean los tres) o separar los excelentes inicios de Braque de cuanto después intenta sin apenas lograr nada.

Y para esta labor, la lectura de este libro es, más que recomendable, necesaria. No porque se puedan asimilar al arte los métodos de la ciencia, sino porque nos pueden enseñar mucho. La apreciación del arte a primera vista, adornada con alguna relación al pasado y una alusión filosófica no explicada ya no es de recibo. Es preciso el análisis, justificado en lo posible, la localización de las preguntas que intenta responder la obra y su interpretación plausible. Así no se renuncia a la emoción (placer o displacer) que provoca la obra, pero hay que examinar su alcance y señalar a qué ideas conduce. A este rigor obliga el texto del profesor Félix Ovejero Lucas. Un reto que no debe quedar en vacío.

EL COMPROMISO DEL CREADOR. ÉTICA DE LA ESTÉTICA

Félix Ovejero Lucas. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2014, 451 páginas

stats