Los sueños heroicos | Crítica
Una vida a escala humana
Granada/A Charlie Parker le hubiera encantado este concierto. Luego, hubiera bajado a la ciudad bebiendo un número indeterminado de vinos en el Sacromonte. Es lo que le pasó a Miles Davis, cuando se enamoró de un sonido tan especial en los Sketches of Spain, que casi eran cornetas de Semana Santa. Es verdad que al gran maestro del saxo alto le hubieran interesado muchas cosas en el final del siglo XX y en estas primeras décadas del XXI, pero la música que se pudo escuchar en el Teatro La Chumbera es, para cualquiera, sencillamente impresionante. Pensar que un niño de San Fernando, un flamenco, lleve a estos niveles el fraseo y las improvisaciones de un instrumento, siendo fiel a aquel nuevo sonido del jazz, pero también a la esencia ancestral de su música de origen, es para sentirnos seguros de que siempre hay algo mejor, alguien mejor, en este campo abierto y enriquecedor de la hibridación de músicas.
Ya habíamos escuchado a Lizana en Almuñécar y, en este caso, no voy a mencionar toda la tradición discográfica de fusión de las dos músicas. Sabemos de dónde venimos. Sencillamente, este saxofonista y cantaor ha tomado el relevo con una calidad inédita. Su valor diferencial es que, además de su fraseo musical con el Selmer, canta con una voz aguda que te traspasa, ya que ese sentir es el suyo de verdad, de cuna, como también su técnica basada en estudios de Conservatorio y de escuela de jazz le lleva a la excelencia, a poder trasladar con esa energía y ese aliento vital tanta belleza que encierran dos músicas, tan lejanas y tan cercanas a la vez.
Hay que ser de Cádiz, además, para plantear así las cosas y, sobre todo, para explicar todo lo que fue exponiendo con esa simpatía, con el fondo de la Alhambra, que también es un valor añadido para quien ensueñe con esos sonidos orientales de escalas armónicas y con la conexión del Flamenco con la herencia de las culturas que por aquí pasaron, como en su composición Mora. Así, en ese marco incomparable, era imposible pedir más, y nadie podrá decir nunca si Lizana es mejor saxofonista o cantaor. Me atrevería a decir que, además, su capacidad expresiva no es homogénea, sino que sabe escalarla y adaptarla a lo que requiere cada palo. Eso, justo, es el flamenco. De una noche llena de emociones, de quejío y de fiesta, destaco la interpretación de uno de los temas principales de su último disco, Vishuddha, donde explicó, en una frase que va calándote el alma, en un grito acompañado magistralmente del piano, que amar duele. Y es así. Eso también es el flamenco y es el jazz.
44 Festival Internacional de Jazz de Granada
Antonio Lizana, saxo y cante; Shayan Fathin, batería; Arin Keshishi; bajo eléctrico; Daniel García Diego, piano; José María Castaño Mateo, coros y baile.
Fecha y lugar: sábado, 9 de noviembre, Teatro Municipal La Chumbera.
Puntuación: 5 estrellas
No sería justo pensar que se trataba de un solo músico. Es imprescindible destacar el trabajo de José María Castaño Mateo, bailaor que no perdió la intensidad ni en un compás, y que nos llevó también a otra dimensión de la expresión corporal desde esta música, algo que no es nada fácil. Además, sus coros y la forma de doblar la melodía dibujaron instantes que nos llevaban al sonido de algunos grupos de fusión rock-flamenco como Alameda, igual que el cante de Lizana en solitario nos lleva a Camarón. Además del trabajo de la sección rítmica, correcta y aplicada a su función, que no era fácil, no se puede dejar de mencionar la calidad y el acierto en los solos del pianista Daniel García Diego, que aportó su visión de la música y su personalidad, lo que no es sencillo ante el derroche de fuerza expresiva de Lizana, con algunos momentos realmente brillantes, en el sonido de su Yamaha, unidos a su capacidad para acompañar las Alegrías o la Seguiriya.
Un cierre, en resumen, inolvidable, en el que es muy difícil elegir un concierto, por la calidad del programa del festival, aunque el de La Chumbera fue una propuesta realmente mágica y única, siempre que te apasione el flamenco. Se cierra así un festival donde se han podido disfrutar de las fotografías de jazz en la muestra visual coordinada por Andrés Castillo y, para los más inquietos, ha habido decenas de propuestas en las actividades paralelas, coordinadas por el músico David Margam. Termina una nueva edición del festival, la número 44. De todas ellas, es una suerte haber estado en más de una treintena, y un placer colaborar a través del análisis y la reflexión sobre esta música, cada vez más amplia y más abierta. Si ha servido para que alguien se aproxime más a ella, el balance de estas críticas es todo un éxito.
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