Sobre el genio empírico

Aparece por primera vez en español el insoslayable Tratado de Leonardo

El famoso Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci.
El famoso Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci.
Manuel Gregorio González

25 de agosto 2013 - 05:00

Da Vinci muere sin concluir un libro razonado sobre la pintura. Tal empeño quedará al cargo de su albacea y secretario, Giovanni Francesco Melzi, a quien ha legado, previamente, sus manuscritos artísticos. Diversos azares, sin embargo, entorpecerán dicha labor durante varios siglos; y no tanto la propia labor, como la correcta difusión de unos fragmentos a los que Melzi habría dado orden y coherencia, siguiendo las instrucciones del maestro. No es, pues, hasta el XIX cuando se le da la importancia merecida al Libro de Pintura compuesto por Leonardo. A pesar de lo cual, los grandes pintores del XVII (Velázquez y Poussin, sin ir más lejos), ya han tenido acceso a las enseñanzas leonardescas, gracias a numerosas copias y resúmenes divulgados desde la segunda mitad del XVI. El más importante de todos ellos quizá sea el resumen publicado en Francia en 1651, del que se han servido buena parte de las ediciones posteriores.

Todo esto queda dicho para consignar la relevancia de la presente edición, traducida, prologada y anotada por David García López. Este Tratado de Pintura es el primero en extractarse, vertido al español, del Codex Urbinas que se custodia en la Biblioteca Vaticana. Es decir, es el primero que reproduce el orden y la temática del manuscrito compuesto por Melzi. Que además se trate de una edición de bolsillo, en la siempre magnífica e irreprochable Alianza, no deja de ser una excelente noticia. ¿Qué se encierra, en cualquier caso, en las páginas de este volumen? El Tratado de Da Vinci es una de las primeras visiones sistemáticas, científicas, experimentales, sobre la apariencia humana y la abstrusa mecánica del mundo que se conocen en la Era Moderna. Kenneth Clark, el eminente erudito británico, definió estas anotaciones como el documento más importante de la Historia del Arte. Y en efecto, en Da Vinci, como luego en Bacon, se revierte la tendencia secular que desconfió de la vista como vía de conocimiento y lo dejaba todo a la prolija argumentación escolástica. Vale decir, a un intelectualismo que nace con Parménides y se perfecciona en la metáfora platónica de la cueva. Para Da Vinci, pues, para el Da Vinci que escribe estas anotaciones, la pintura es "nieta de la naturaleza y pariente de Dios". Lo cual supone desplazar al pintor, desde el oficio mecánico y el yugo menestral que lo había sujetado durante milenios, a la más alta primacía de las artes.

Este lugar prominente de la pintura es el que se reclama en los dos primeros capítulos del Tratado. Capítulos donde se argumenta en favor del pintor, émulo de la divinidad, y capaz por tanto de reproducir la gracia y el esplendor del mundo. Esa misma reclamación es la que aún sostendrá Velázquez, en el alcázar de los Habsburgo, cuando vindique ante Felipe IV la cruz que lo distinga como caballero de la Orden de Santiago. Por otra parte, es un fuerte proceso de mecanización y desacralización de lo real lo que se deriva abiertamente de estas páginas. Da Vinci, en fin, ha sometido a norma, a la ley matemática, cuanto observa. Pero más importante que esto es su consecuencia inmediata: aquello que no puede observarse queda fuera de lo real, como irrelevante o accesorio. Esto significa que el ámbito de Da Vinci es, estrictamente, el mundo de los fenómenos. Un mundo, en todo caso, asimilado estrechamente a la hermosura. Para el Renacimiento, plenitud, belleza y movimiento son sinónimos de lo existente. Y los dioses, paganos u ortodoxos, responderán a los dictados de las leyes físicas. Habría que esperar más de tres siglos para que la realidad vuelva a parecerle al pintor, a la paleta romántica de Delacroix, de Friedrich, de un sobrecogido Füssli, un fenómeno misterioso e inextricable.

Leonardo da Vinci. Trad. y Prólogo, David García López. Alianza. Madrid, 2013. 385 páginas. 14,50 euros

stats