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La gran cantera del rock granadino

  • Desde Miguel Ríos a Los Planetas, de 091 a Lagartija Nick, el certamen ha sido la gran plataforma local

El Festival de Rock del Zaidín, a lo largo de sus 29 años de existencia, ha sido el verdadero vivero de músicos granadinos desde comienzos de los años ochenta. Desde que aquella tímida primera edición ideada por el inquieto Isidro Olgoso, factótum en aquella época de todas las cosas culturales que se cocían en el Zaidín, y en la que dos grupos locales incipientes, Magic y TNT, estrenaron el certamen en una plaza cercana a la Avenida de Dílar ante no más de 300 o 400 espectadores, el Festival del Zaidín se ha convertido un referente no sólo en Granada, sino en toda Andalucía. Por él desfilarían todos los grupos que, poco tiempo después, coparían la atención de los medios nacionales, como 091, KGB, La Guardia, Lagartija Nick, Los Planetas, y siempre rivalizando en igualdad de condiciones con bandas estrella como Los Ilegales, Los Toreros Muertos, El Último de la Fila, Siniestro Total, Dover, Burning, Ariel Roth, Elliot Murphy, Santiago Auserón o Amaral.

Granada siempre ha sido en septiembre la ciudad de referencia en el mundo del rock, y el Festival del Zaidín, que siempre gozó de carácter gratuito y un público multitudinario, se convertía en el epicentro de la ciudad.

El certamen también tuvo sus altibajos y sus polémicas. Un problema con el suministro de luz hizo que la segunda edición tuviera que ser suspendida, la lluvia obligó a un aplazamiento de su décida edición y, en 1986, el cantante de El Último de la Fila fue detenido y pasó la noche en comisaría supuestamente por blasfemar contra Dios para que el público se animase a moverse. "Esto es como hacerle una paja a un muerto", dijo. Y de allí, al calabozo. Fue algo bastante sonado por lo absurdo que resultó.

El Zaidín nunca le dio la espalda a los suyos. Desde Miguel Ríos a José Ignacio Lapido, de Los Planetas a Lori Meyer, de Fiona May a José Luis Pizarro, de La Resistencia a Dorian Gray, todas las formaciones locales han tenido su hueco en el certamen de una u otra manera, y todas tuvieron que jugarse el tipo ante 5.000, 8.000, 12.000 personas en los tiempos en los que todo el mundo sentía más curiosidad por el rock que por el botellón y por la música en directo que por las descargas de internet.

El certamen, uno de los más antiguos de España y pionero en el formato de ofrecer un gran número de grupos, contó con la oposición vecinal de los alrededores que se quejaba del ruido a las cinco de la mañana, una queja bastante comprensible por otra parte, que obligó a los organizadores a ir desplazándolo de un lado a otro, de la calle Beethoven hasta las afueras del barrio. Su ubicación futura es tal vez uno de los principales problemas con los que deberá enfrentarse el evento musical en los próximos años. Y es un problema serio, porque al ritmo que crece la ciudad ya no hay espacio para un lugar en el que el rock pueda resonar con todo su estruendo hasta el amanecer.

El festival ha tenido, por otro lado, una misión muy importante: despertar en los adolescentes granadinos la inquietud por comprarse una guitarra, aprender unos acordes y soñar con subirse a ese escenario alguna vez.

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