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La herencia de la guitarra

VICENTE AMIGO

Músicos: Vicente Amigo (guitarra); Añil Fernández (segunda guitarra); Paquito González (percusión); Juan Manuel Ruiz (bajo); Rafael de Utrera (cante). Lugar: Palacio de Carlos V. Aforo: lleno. Fecha: domingo, 28 de junio de 2015

El siglo XX acabó con dos personalidades muy distintas e igualmente brillantes en la guitarra flamenca: Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar. Dos estilos musicales que han establecido los cánones evolutivos de este instrumento. Cualquier guitarrista actual de esta disciplina que se precie ha bebido de estas imprescindibles dos fuentes. El nuevo siglo se abre con una pléyade de intérpretes de calidad innegable, entre los que destacan dos figuras, a medio camino entre la leyenda 'Lucía-Sanlúcar' y los aires de libertad, fusión y búsqueda que caracterizan esta época. Los dos abanderados a que me refiero son, por un lado, Tomatito, y, por el otro, Vicente Amigo. Por un lado, para simplificar las cosas, está el artista que nace, y por otro el que se hace.

En Vicente, sobre todo, se atesora la herencia de los dos referentes mencionados. Ha captado, desde un comienzo, no sólo su técnica, sino también su espíritu; lo que se evidencia en cada una de sus notas y de sus composiciones, aportándole indudablemente naturalidad, frescura y un fuerte personalismo, que hace distinguir como propias todas sus piezas.

El tocaor cordobés, aunque de origen sevillano, lleva una trayectoria impecable, tanto en solitario (con siete discos en su haber hasta la fecha), como en sus cientos de colaboraciones (entre las que destacaría Canto, un trabajo discográfico firmado a medias con su paisano El Pele, en 2003). Sus temas son redondos, con un gran sentido rítmico y una pasión reconocible.

Amigo es un trabajador nato que programa sus apariciones hasta el milímetro y se hace acompañar, como sus predecesores, de buenos compañeros que le ayudan a ilustrar su discurso, para que, en palabras del mismo Vicente, que cada espectador se lleve "un abrazo a través de mi música, una parte de mí en cada concierto". Por eso resultó extraño, este domingo pasado, en el Palacio de Carlos V, que alterara el programa después de los tres primeros temas. El artista elogió Granada, la Alhambra y la brisa nocturna, pero puede que no se encontrara tan a gusto como desearía, aunque su entrega no se resintió en ningún momento. Se sentía arropado por un público incondicional que abarrotaba el patio del Palacio, y por unos músicos de primera, como digo, a sus espaldas que dulcificaban el camino: como segunda guitarra, Añil Fernández dimensionaba el quejío de la sonanta de Vicente; el imprescindible Paquito González, a la percusión, imponía su latido; Juan Manuel Ruiz, al bajo eléctrico, daba ese toque profundo que a veces necesitamos para apreciar el brillo; y Rafael de Utrera, al cante, laíno y afinado, dominando el grito y muy flamenco, a veces recordaba al mencionado El Pele. Paquito y Juan Manuel también se apuntaban en las palmas y coros, de los que el artista puede presumir.

Con una soleá llena de pellizco comienza la noche. Solo precisamente se llama el tema, que Vicente abordó en solitario como la carta íntima de su presentación, como un resumen de su trayectoria, pero sobre todo de su actual estado de calma y madurez.

Mensaje son unos maravillosos fandangos de Huelva, pertenecientes a su segundo disco, Vivencias Imaginadas, de 1995, donde recibe al resto de los componentes del quinteto, que continúan por tangos.

Seguidamente, se suceden los dos últimos trabajos discográficos del tocaor: Paseo de Gracia (2009) y Tierra (2013), sin un orden muy claro y saltándose alguna de las propuestas del recital, acortando un programa largo de por sí (casi dos horas de concierto). Así sonaron de Paseo de Gracia: Autorretrato, con aires festeros, que canta en el disco Enrique Morente; y Azules y Corinto, la bulería, dedicada al torero Manzanares, con la que cierra la velada. De su último disco de estudio, grabado en Londres, hará el tema Tierra, que le da nombre al trabajo; el bellísimo Bolero a los padres; Campos de San Gregorio, una rumba fresquísima, con trasfondo latino; las bulerías Río de la Seda; y el acústico bulero Roma, con el que acaba el disco.

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