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El hombre que trazó raíles a la imaginación

  • Julio Verne hizo aparecer por primera vez al 'Nautilus' en 1866, hace 150 años Aunque apenas salió de Francia, el autor visitó Cádiz y Málaga en uno de sus viajes

¿Quién ha viajado más que los personajes de Julio Verne? Nadie. Nadie, al menos, hasta que las incursiones espaciales comenzaron a ser una realidad un siglo después de la muerte de su creador. ¿Quién no sabe que en el centro de la Tierra hay plesiosaurios? Todo el mundo lo sabe. ¿Quién no ha querido navegar en el Nautilus? Incluso los enfermos aquejados de Ménière han querido navegar en el Nautilus.

Verne contribuyó a azuzar la imaginación y la curiosidad de más allá de sus contemporáneos hasta romper la línea de lo posible. La periodista Nelly Bly dio la vuelta al mundo en 72 días en 1890, empecinada en romper la hazaña de Phileas Fogg. Las aventuras de Nemo sin duda estuvieron muy presentes cuando Isaac Peral desarrolló el submarino eléctrico. Ernest Shackleton vino a ser un capitán Hatteras de carne y hueso, obsesionado con ser el primero en cruzar la Antártida de punta a punta. Méliès retomó la iconografía de los sueños espaciales de Verne a principios de siglo, un ansia que nos llevaría a donde estamos hoy día: andando en la Luna, cultivando flores en el espacio.

"Muchas historias e iconos actuales siguen transitando por los raíles marcados por Verne", se subrayaba en la exposición que acogió recientemente el Espacio Fundación Telefónica de Madrid, comisariada por María Santoya y Miguel Ángel Delgado -que también organizaron en el mismo espacio la exposición Tesla. Suyo es el futuro-. En Julio Verne. Los límites de la imaginación se seguían, en muestra, talleres y encuentros, las huellas dejadas por el gran inspirador.

Casi a dos títulos por año, con referentes tan universales como De la Tierra a la Luna, Viaje al centro de la Tierra o La vuelta al mundo en 80 días, es difícil no encontrar una efemérides que asociar al nombre de Julio Verne. En 2016, por ejemplo, y siguiendo sus propias palabras, se cumplirían 150 años de la aparición del Nautilus: "El año 1866 quedó caracterizado por un extraño acontecimiento, por un fenómeno inexplicable e inexplicado que nadie, sin duda, ha podido olvidar (...) varios barcos se habían encontrado en sus derroteros con 'una cosa enorme', con un objeto largo, fusiforme, fosforescente en ocasiones, infinitamente más grande y más rápido que una ballena", dice el inicio de 20.000 leguas de viaje submarino.

Sin duda el gran misterio de su biografía es que el hombre que realizó la más popular cartografía imaginaria del planeta y alrededores apenas se moviera de su país de origen. Nació en Nantes y murió en Amiens, y su vida transcurrió, en aplastante mayoría, entre esas dos ciudades. No fue hasta relativamente tarde, a los 30 años, que se embarcó en un viaje por el Mar del Norte; aunque le gustaba navegar, y en su travesía más larga, a bordo del Saint Michael III, llegó a arribar a Cádiz y Málaga.

Sus novelas, desde luego, están perfectamente documentadas, porque sí que era un excelente geógrafo, y estaba al tanto de las grandes expediciones, teorías y descubrimientos de su época a través de distintas publicaciones internaciones a las que estaba suscrito.

La habilidad de Verne de crear imposibles con las cuerdas de la realidad que se intuía en la segunda mitad del siglo XX -¡Luz de la nada!, ¡coches a vapor!, ¡telégrafo! Cielos, ¿en qué mundo vivimos?, ¿qué queda por inventar?-, ha terminado convirtiéndolo, además, en uno de los popes del steampunk, en un podio que comparte con otro burlador de la realidad, el británico HG Wells. ¿Qué sería del retrofuturismo sin máquinas a vapor, globos aerostáticos, unos cuantos krakens, submarinos de un verde nuclear y pterodáctilos sobrevolando el Big Ben? Nada, no sería nada ni nadie.

Y nuestros mejores sueños, tampoco.

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