Biopic de manual rancio basado en su propia autobiografía, La música del silencio da cuenta de la vida del famoso tenor toscano Andrea Bocelli, penúltimo producto de márketing y éxito de masas de la cosa operística que ha vendido alta cultura a precios populares a costa del repertorio más conocido del bel canto amplificado por los estadios y las audiencias millonarias.
Como no podía ser de otra manera, el producto hagiográfico se reviste de acartonadas formas de telefilme de lujo y parecidos razonables para cubrir las etapas vitales del famoso cantante invidente (Toby Sebastian), desde sus días de infancia y enfermedad en la granja familiar (con un risible Jordi Mollá como padre protector), al largo periodo de espera previo al éxito y la consagración definitivos (que vendría de la mano de la fusión con el pop), empleado entre los bolos en un piano-bar setentero, el amor romántico y las clases particulares del maestro que interpreta Antonio Banderas con su habitual tendencia a la caricatura.
Michael Radford, limitadísimo especialista en productos de encargo (El cartero y Pablo Neruda, El mercader de Venecia, La mula), aplica el clásico barniz anestesiante y automático a una fórmula esclerotizada y lastrada por un inglés de academia barata y un elenco internacional demasiado aseado para transmitir otra cosa que no sea una versión chanante de la vida, obra y milagros del famoso tenor.
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