Yolanda Corrochano | Entrevista

Una infancia entre toreros y poetas

  • Nieta de Fernando García-Vela, periodista e intelectual republicano, y Gregorio Corrochano, escritor y crítico taurino, descubre sus recuerdos familiares

Una infancia entre toreros  y poetas

Una infancia entre toreros y poetas / Carlos Gil

Entre Madrid y Granada vive Yola Corrochano, una mujer tan educada como elegante y de cuya memoria brotan recuerdos familiares con tal naturalidad que permiten, a quien la escucha, vivir por sí mismo cada una de esas anécdotas y vivencias. Con exquisita generosidad, Yola, nieta de los periodistas Gregorio Corrochano y Fernando Vela nos abre las puertas de su casa. Y también de sus recuerdos.

Como ella misma reconoce, proviene de dos familias tan distintas como interesantes, que formaron parte de esa España irrepetible en la que convivieron tres generaciones: 98, 14 y 27. Dos familias, como otras tantas, donde el apellido está marcado por los acontecimientos de nuestra historia y que, sin embargo, supieron convivir por encima de sus ideologías, al abrigo de la tolerancia.

Gregorio Corrochano, monárquico y amigo de los generales africanistas. Fernando García-Vela, librepensador, republicano e impulsor de la Generación del 27. Fue éste, precisamente, el primero que, en el diario El Sol, dio a conocer a Lorca con el poema La casada infiel. La guerra, lejos de dividirles en el frente, los unió por medio de las letras: en un rotativo, España de Tánger. Tal y como afirma Yola, "eran gente muy dispar, pero eran primeras figuras que se reconocían cada uno sus méritos; y más importante, se respetaban".

Volviendo la mirada a aquella España de blanco y negro, Yola recuerda un mundo privilegiado caracterizado por el acceso de primera mano a la información y a la cultura. Conocedora de aquellos años, afirma: "aquella vanguardia que les rodeaba era algo extraordinario". Gracias a Corrochano, por su trabajo como crítico taurino para ABC, convivieron estrechamente con grandes figuras del torero como Joselito el Gallo o Ignacio Sánchez Mejías, de quien conserva algunos recuerdos familiares.

Sánchez Mejías Sánchez Mejías

Sánchez Mejías / G. H.

De García-Vela, abuelo materno, ella recuerda cómo formó parte indisociable de aquella intelectualidad junto a Ortega y Gasset, Julián Marías o Zubiri. Una elite cultural tan lejana como asequible para una chiquilla. "Eso que ahora puede parecer –incluso a mí me lo parece– como algo extraordinario, en verdad, en mi casa, era algo cotidiano".

Esa misma admiración que Yolanda siente por su familia se aprecia, especialmente, al recordar a la figura de su padre, el torero Alfredo Corrochano (Madrid, 1912-Granada, 2000). Es algo que se puede destilar al escuchar sus palabras, al ver sus gestos y el brillo de sus ojos. Las anécdotas y vivencias que cuenta son mucho más que recuerdos personales. Son el eco de la historia, de un entrañable pasado.

"Mi padre estudió con José, hijo de Ignacio Sánchez Mejías en Suiza, y él fue quien le enseñó a torear en la finca de Pino Montano (Sevilla)". "Mi abuelo se oponía a que Alfredito, mi padre, fuera torero. Por eso lo mandó a Suiza. Pero un día llamó a casa Alfonso XIII pidiendo que actuara en el festival que había organizado el rey para la Ciudad Universitaria; y mi abuelo no pudo negarse".

Yolanda Corrochano, durante la entrevista Yolanda Corrochano, durante la entrevista

Yolanda Corrochano, durante la entrevista / Carlos Gil

Yolanda, obviamente, nunca llegó a conocer a Sánchez Mejías, ese gran torero que ha sido inmortalizado en la literatura gracias a Lorca y que vivió como uno más dentro de la Generación del 27. "No lo conocí, pero como si lo hubiera conocido". Íntimo amigo de su padre, compartió junto al diestro los momentos más espléndidos de su vida, y también su muerte tras la fatal cornada de Manzanares (Ciudad Real).

En aquellas reuniones en el cortijo sevillano de Pino Montano, entre atardeceres de geranios y jazmines, fue donde Alfredito Corrochano conoció a Encarnación López La Argentinita o a Federico García Lorca.

La hija del torero, recuerda que tal y como contaba su padre, "los niños jugaban al toro, los mayores conversaban en el porche, Lorca tocaba el piano; y él construía para el poeta metáforas con el capote". Junto al granadino, además, compartió Corrochano su último viaje a Granada. "Mi padre y Lorca coincidieron en la estación de Madrid. Él, según decían, venía a ver sus padres. Alfredito, mi padre, iba camino de Baeza".

Hasta llegar al pueblo jiennense, Lorca y Corrochano estuvieron departiendo en el vagón restaurante. ¿Sobre qué hablaron aquella última noche juntos? "Hablaron de Pino Montano, de aquellas noches de fiesta, donde Lorca tocaba el piano y escribía canciones para La Argentinita", asegura la hija del diestro. Además, en aquel viaje de tren en julio de 1936, "mi padre le contó que iba a torear a Baeza, donde le esperaba su mozo de espadas, Tomás Barajas, y en cuanto terminase la corrida se volvía a Madrid porque estaba muy preocupado por sus hermanas y su madre".

Lorca, por su parte, le expuso con preocupación "que él iba a Granada porque allí se sentía más protegido". Al día, siguiente, y de vuelta Corrochano en Madrid, dos milicianos tocaron a la puerta para llevarse al torero y fusilarlo. Esto nos cuenta su hija. "No sé sabe de qué hablaron, pero mi padre les ofreció todo el dinero que había cobrado la tarde anterior a cambio de que lo dejaran libre. Está claro que con ese viaje mi padre salvó su vida. A Lorca, ese viaje, le costó la muerte”.

Para Yolanda Corrochano, todos esos recuerdos forman parte de una verdad pretérita. Recuerdos de un tiempo que el viento se llevó jalonado por gente indudablemente irrepetible. "Hoy no sería posible gente así, no son productos de esta época sino de otra". Y, asimismo, sostiene: "agradezco a mi familia que nos dejaran crecer libres, sin condicionar nunca nuestros pensamientos. Algo que, en la España de los cuarenta, era un regalo".

Por eso, entre Granada y Madrid, doña Yolanda continúa haciendo memoria. Sin perder la sonrisa y con una enérgica vitalidad siente orgullo al hablar de sus padres y sus abuelos. Que fueron, para ellos su familia, pero son para nosotros un espejo donde se reflejaron la luz de las letras y de las ideas. Los tesoros de su casa y de su memoria son más que recuerdos familiares.

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