La locura por amor de Juana I de Castilla
El patio de la Corrala de Santiago viaja por los recuerdos de la hija de los Reyes Católicos Muerte y poder se juntan creándo a una 'muerta en vida'
Lugar: Corrala de Santiago. Fecha: Jueves, viernes y sábados a las 22:00 hasta el 31 de agosto. Formación: Jesús Carazo (Director), Gema Matarranz (Juana) y Enrique Torres (Fraile). Aforo: En torno a 80 espectadores.
El patio de la Corrala de Santiago se convierte en el Palacio de Tordesillas. Una alfombra, varias cajas tapadas con una blanca tela o una silla es el único decorado que se encuentra en esta particular 'cárcel' en la que Juana I de Castilla hace un recorrido por su vida tras llevar 16 años encerrada en el mismo lugar.
A las diez de la noche el negro tiñe el lugar mientras que el susurro de una oración en latín va llenando cada uno de los rincones. Desde el último piso, un monje va descendiendo los escalones alumbrando con una vela. Poco a poco esta llama va dando luz a este pequeño patio.
Juana 'la loca', la reina que no quiso reinar, empieza la función con el ambiente cargado de misterio, suspense y emoción. Vestida totalmente de negro y con un velo que oculta parte de su cara, Juana entra en el escenario.
"¿Catalina? ¿Catalina, hija eres tú?". La voz desesperada de esta madre empieza a sonar comenzando así un monólogo de unos cincuenta minutos que hace un recorrido por la vida de esta reina que nunca quiso obtener el poder.
Catalina hace un mes que partió y la reina lleva 16 años encerrada. Los recuerdos empiezan a aflorar en el ambiente y el sol de la niñez de Juana invade con fuerza la noche de la Corrala.
Al igual que el camisón que deja ver la piel de Gema Matarranz, la actriz que interpreta a Juana, las emociones quedan al desnudo en una montaña rusa que sube y baja sin cesar.
Amor, muerte y poder se mezclan creando una fórmula explosiva que no deja al espectador inmune. Amar, el elemento fundamental y la única locura de Juana I de Castilla, un sentimiento que la llevó a ser encerrada.
El dolor y el delirio de Juana se respiran por todas las esquinas. Una mujer que sufrió ser el juguete al que usaban sus padres y su marido para los negocios de Estado. Una mujer que solo quiso ser eso, mujer ante todo. Una dama que lo único que anhelaba era amar a Felipe y a sus hijos por encima de cualquier cargo o poder.
Matarranz muestra durante su coloquio cual fue la 'muerte' de Juana, un encierro de 46 años que la condenaron a ser una 'muerta en vida'.
Aunque silencioso y escondido entre las sombras, el monje se convierte en el espía que observa cautelosamente el delirio de Juana. Momentos de tensión, en los que el religioso parece que va a reprenderla, situaciones en las que se transmite un grado de tristeza y desesperación álgidos que acongojan a los espectadores.
Los momentos entrañables se vuelven reproches. El recuerdo de las manos de Felipe se ensombrece cuando la frágil reina recuerda que esos dedos también tocaron a otras mujeres. Un amor que se convirtió en obsesión por el heredero flamenco.
Poco a poco el destino queda desvelado en el escenario. Los cinco escalones que separaban a la hija de Fernando e Isabel van cayendo y el verdugo de la muerte visita la Corrala haciendo que Juana caiga en un agujero sin fin.
La frágil, pequeña y asustada Juana es capaz de convertirse en apenas segundos en una mujer fuerte, valiente y llena de rencor.
De su anterior vida apenas queda una pequeña caja de madera llena de flores secas, unos pétalos apagados que antaño brillaban con bellos colores.
Una obra que transporta al espectador a tiempos pasados en los que los reyes se convertían en simples mortales tras su muerte. Una oscuridad que invade el lugar cuando Juana se da cuenta de que Catalina no volverá.
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