Lanzamiento editorial Recuerdos familiares

La otra memoria de los Lorca

  • Manuel Fernández-Montesinos, sobrino del poeta, narra en 'Lo que en nosotros vive' lo que fue el exilio de la familia tras el asesinato del poeta granadino. La obra acaba de salir publicada por Tusquets

Siempre ha parecido que la historia de la familia García Lorca se detuvo en seco en una madrugada de agosto de 1936, cuando unos asesinos destrozaron a tiros el cuerpo del poeta granadino. Pero la vida de la familia no se detuvo nunca. Continuó, marcada y herida, durante décadas. Y eso es lo que ahora viene a recordar el sobrino del poeta, Manuel Fernández-Montesinos, en su libro Lo que en nosotros vive (Memorias), finalista del XX Premio Comillas y editada por Tusquets. Es la otra memoria de los García Lorca.

"No quiero volver a ver este jodío país en toda mi vida". La frase escueta, directa, fue escupida entre dientes por Federico García Rodríguez, el padre de García Lorca, en el verano de 1940, cuando la familia embarcaba en el Marqués de Comillas hacia el exilio en Estados Unidos. Manuel Fernández-Montesinos, entonces un niño de ocho años, supo al oírla que algo se había quebrado en su mundo.

El autor del libro apenas recuerda las figuras de su padre, José Fernández-Montesinos, alcalde socialista de Granada el día en que los sublevados fascistas se alzaron en armas contra la República, y a su tío. Tenía cuatro años cuando los dos fueron fusilados con un par de días de diferencia. En la casa de los García Lorca jamás se hablaba de aquello. La muerte era un tabú.

Lo que Fernández-Montesinos relata es el 'después' de la muerte del autor de Poeta en Nueva York. El exilio en Estados Unidos, el choque entre dos culturas, la norteamericana, con su mundo tranquilo, y la atrasada sociedad española, que acababa de despertar de un naufragio de sangre. El sobrino del poeta recuerda sustanciosas anécdotas que vivió en Nueva York, como una visita de Juan Ramón Jiménez a la familia. "La llegada de Juan Ramón fue para mí decepcionante", rememora en el libro. "Nada más aparecer por la puerta se creó un clima de tirantez entre abrazos y lloros que yo no entendí entonces. Sí ahora. Mis abuelos y Juan Ramón no se habían visto desde alguna visita esporádica en Madrid en los años treinta, ¡y lo que nos había pasado a todos desde entonces! Pero a mí, niño, por mucho que me hubiese gustado el borriquillo [Platero] no me gustó su autor. Casi me daba miedo.Todo de negro, la barba, aunque canosa, también negra. Adusto, serio, de mirada penetrante pero completamente exenta de bondad. Aquel tierno borriquillo ¿de dónde salió?".

Fernández-Montesinos era hijo de Concha García Lorca, la hermana del poeta. Toda la familia fue acogida en Estados Unidos por Fernando de los Ríos, que terminaría convirtiéndose en el suegro de Francisco García Lorca y en un 'tío' más de la familia.

El autor recuerda las continuadas visitas de De los Ríos a la casa familiar, ya que vivían en la misma calle en Nueva York. El ex ministro de Instrucción Pública durante la República solía tener largas conversaciones con Federico García Rodríguez, conversaciones en las que los temas principales eran la situación política en España, la vida en Norteamérica y la educación de los niños, una educación que los dos querían que se produjese en un ambiente culto y liberal.

La familia vivió en la comunidad de intelectuales españoles exiliados en Nueva York que se ganaban la vida como profesores en las principales Universidades. Fernández-Montesinos creció en un mundo en el que sus mayores preocupaciones eran el béisbol y el jazz. Atrás quedaba su infancia y su pasión por plantar huertos y ver crecer los tomates o los melones.

Federico García Rodríguez murió en septiembre de 1945 sin haber regresado a España, como había sido su deseo. Fue enterrado en Nueva York y allí sigue su tumba. Unos años después moría Fernando de los Ríos y en 1951, tras once años al otro lado del océano, la familia decidió regresar a España, a pesar de que el régimen franquista seguía gobernando.

La impresión que Fernández-Montesinos tuvo a su regreso fue la de cualquier extranjero que visitase por primera vez el país en aquella época: los vetustos guardias civiles como dueños de las calles, la gente en alpargatas, la pobreza, la miseria, el miedo a la delación, el miedo a que alguien conociera las verdaderas ideas políticas.

No obstante, el sobrino de Lorca estudió Derecho en la Universidad Central de Madrid y pronto comenzó a compartir las ideas que la familia había mantenido siempre. En 1956 participó en diferentes revueltas estudiantiles y fue encarcelado por repartir propaganda ilegal. Después de cumplir la condena, consiguió una beca de doctorado en la Universidad de Frankfurt, y ahí comenzó su segundo exilio. No llegó a terminar la carrera porque, ante la oleada de inmigrantes españoles que acudían a trabajar a Alemania decidió hacerse sindicalistas para defender sus derechos. Se afilió a la UGT, que entonces tenía su sede en Toulouse y empezó a entrar en contacto con los principales líderes socialistas, como Felipe González.

De vuelta a España, en 1969 fue nuevamente detenido y encarcelado por asociación ilícita. Eran tiempos convulsos en los que comenzaba a intuirse que las cosas no tardarían mucho en cambiar y el pueblo quería libertad. Una libertad que Fernández-Montesinos ya intuyó tras la muerte de Franco cuando, en junio de 1976, se permitió, durante media hora, que en Fuente Vaqueros se rindiera homenaje a su tío con una lectura de poemas y una foto inmensa suya en la plaza del pueblo.

El sobrino del autor de Yerma, afiliado a la UGT y al PSOE, fue elegido como cabeza de lista por Granada para las primeras elecciones democráticas de 1977. Sin embargo, un año después dejó la política después de haberse codeado con los grandes del socialismo europeo.

En 1982 se constituye la Fundación Federico García Lorca bajo la presidencia de la hermana del poeta, Isabel, y Manuel Fernández-Montesinos es nombrado secretario. A partir de ese momento, su vida transcurrirá tratando de reunir todo el legado de su tío disperso por el mundo y mantener viva su memoria.

Uno de los momentos más intensos del libro de memorias es el recuerdo que Fernández-Montesinos tiene del final de la guerra y del mazazo que aquello supuso para la familia.

"Venía Dolores [una criada de la familia] de recoger un par de zapatos de mi madre del zapatero; venía corriendo y llorando, dando gritos. Aparte del terrible mensaje que traía, lo que me impresionó es que llevara los zapatos de mujer en la mano y que, para enjugarse las lágrimas, se subiera las manos a la cara sin soltarlos, mientras seguía gritando medio escondida detrás de los zapatos negros que se mecían delante de sus pequeños ojos como dos ahorcados. Traía la peor noticia: '¡Ha caído Madrid! ¡Ay, ha caído Madrid!' La cocina se llenó de gente turbada. Todos lloraban, yo también, contagiado por aquel coro. Todos menos mi abuelo, que al cabo de un rato de escuchar los quejidos, se acercó a mi abuela y dijo, tan serio: 'Vámonos, Vicenta'. El exilio acababa de empezar". También la otra memoria de los García Lorca.

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