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Víctor J. Vázquez
Más allá de la corrupción
Eran la pareja perfecta, jóvenes, apuestos, cultivados e inteligentes. Poetas ambos, grandes poetas. Encarnaron una felicidad de apariencia casi cinematográfica, pero la relación entre ellos se fue deteriorando, él buscó consuelo en otra mujer y el cuento de hadas acabó en tragedia. El inglés Ted Hughes había conocido a la norteamericana Sylvia Plath en una fiesta celebrada en Cambridge, en 1956, adonde ella había llegado con una beca Fulbright. Poco después se casaron, tuvieron dos hijos y residieron en Estados Unidos o en Inglaterra. Escribieron libros importantes, se enzarzaron en frecuentes disputas, rompieron y un día ella dejó la casa familiar para instalarse en un apartamento. En febrero de 1963, con sólo treinta años, decidió poner fin a su vida. El hecho desolador y casi inconcebible de que la historia se repitiera seis años después, cuando la segunda mujer de Hughes, Assia Wevill, por la que aquel había abandonado a su esposa, eligió asimismo el camino del suicidio -pero arrastrando con ella a la hija de ambos-, terminó de deteriorar la imagen pública del poeta hasta convertirlo en una especie de criminal indeseable, a quien se acusaba de infidelidad compulsiva y de haber manipulado o destruido parte del legado de Plath -Hughes quemó en efecto los diarios de sus últimos días- para ocultar su irresponsabilidad y sus problemas de conciencia.
Sylvia Plath, por su parte, aunque convertida en icono del feminismo y reivindicada como mártir de una causa imprecisa, también fue señalada por sus supuestos desequilibrios mentales y no han faltado quienes sostuvieran, contra toda evidencia, que su celebridad posterior se debió menos a su calidad como poeta que a su muerte prematura. Reunida en edición póstuma por el propio Hughes, la Poesía completa (1981) de Sylvia Plath -publicada entre nosotros por Bartleby (2009), en traducción de Xoán Abeleira- permite desechar por insolvente cualquier duda sobre el valor de una obra excepcional, que no precisa de relatos paralelos para brillar con luz propia. Como bien dice Abeleira, se hace necesario separar los logros estéticos de Plath de las circunstancias vitales de la escritora, por más que estas impregnen sus versos de forma clara y recurrente. No puede prescindirse de una cierta apoyatura biográfica a la hora de interpretar su sentido y el profundo dolor que alienta en ellos, pero por una parte es arriesgado deducir, como han hecho tantos, contenidos no expresos, y por otra Plath no era -lo señala Abeleira y resulta evidente para cualquier lector atento- una poeta confesional o de la experiencia, por usar el término de Langbaum. Como Blake, Yeats o el mismo Hughes, Plath perteneció a la estirpe de los visionarios que en todo tiempo buscan trascender la realidad estricta para explorar el territorio del mito, de modo que las pistas biográficas, aunque aporten significados, se quedan inevitablemente cortas.
Como única defensa frente a las acusaciones, Ted Hughes eligió el silencio, que tampoco rompió en las palabras preliminares -distanciadas, meramente informativas- a la citada edición de la Poesía de Plath. Muy poco antes de su muerte, sin embargo, en 1997, dio a conocer un último poemario dedicado monográficamente a su primera mujer, que sólo un año después fue publicado por Lumen en traducción de Luis Antonio de Villena. Reeditado ahora con una nueva introducción de Andreu Jaume y epílogo de Luna Miguel, Cartas de cumpleaños es, como explica Jaume, un libro extraño en la trayectoria poética de Hughes, pero más allá de su indudable valor testimonial -a estas alturas inseparable de la leyenda o de cierto interés morboso, que convirtió la edición inglesa en un insospechado best-seller- el poemario cierra de modo tan brillante como sorpresivo un itinerario iniciado justo medio siglo antes, cuando T.S. Eliot publicó la primera entrega de quien pronto se convertiría en uno de los poetas más celebrados de su generación. Un poeta de vastos intereses que, como su primer valedor, huyó de la tradición romántica para remontarse a los orígenes, siempre atento, en palabras de Jaume, a las voces ancestrales, a los mitos arcaicos, a las "regiones desaparecidas o invisibles del espacio humano". Ahora bien, frente a su habitual predilección por el simbolismo, las aproximaciones elípticas o los contextos herméticos, según le confesaba él mismo a Seamus Heaney, Hughes optó en Cartas de cumpleaños, aunque no sin vacilaciones, por una poesía directa donde quedaba claro el trasfondo autobiográfico de su relación con Plath, como si buscara fijar definitivamente su recuerdo después de muchos años de absoluto mutismo.
Es un libro espléndido, más allá de ese trasfondo del que por lo demás no cabe abstraerse. Dirigido a una segunda persona que se identifica con la propia Sylvia -salvo en el impresionante Los perros se están comiendo a vuestra madre, donde son los hijos quienes escuchan el desdén del autor por las habladurías de quienes especulan con el dolor ajeno-, el poemario confronta los años compartidos y la memoria que ha quedado de ellos: los momentos felices y los signos ominosos o las obsesiones recurrentes, la mujer real y su fantasma, la muerte venidera y la muerte ya cumplida. Son célebres las palabras que Hughes dirigió a la madre de Plath -su padre había muerto cuando ella era niña, una pérdida de la que no se recuperó nunca- tras el suicidio de su joven esposa: "No quiero que se me perdone nunca. Si existe la eternidad, estoy condenado a ella". El poeta padeció esa condena en vida y tanto más después de la muerte de Wevill, en circunstancias casi idénticas cuyo impacto puede imaginarse. Hay decenas de libros que inquieren los pormenores de ambas tragedias y el grado de insensibilidad que puede achacarse a Hughes, pero tanto tiempo después acaso no merezca la pena saber más de la cuenta o de lo que ellos mismos contaron. Plath lo hizo en unos pocos años y de forma arrebatada, en decenas de excelentes poemas que pueden ser desgarradores pero conmueven en lo más hondo. Hughes dispuso de décadas para que sus recuerdos se asentaran y decidió darlos a conocer cuando ya nadie lo esperaba. En ambos casos hablamos de versos que perdurarán como exponentes cimeros de la poesía en lengua inglesa.
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