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El mundo según Ute Lemper

Lugar: Palacio de Carlos V. Fecha: domingo, 23 de junio.

No sabemos, ni nos importa, cuántos años tiene Ute Lemper. Las leyendas no tienen edad, y su voz, sus canciones, se nos antojan eternas en su belleza, definitivamente emocionantes para siempre. Y cuando esta gran dama del escenario, bastaba ver la seguridad con que tomó posesión del entarimado del Carlos V con solo pisarlo, abrió la pequeña maleta de recuerdos y canciones con que ha llegado al Festival de Granada, ya intuimos que algo grande, irrepetible, inolvidable, estaba a punto de suceder. Y sucedió.

Arrancó el concierto con maneras de diva del jazz, que no abandonaría del todo a lo largo del espectáculo, a pesar de que interpretaba Ich bin von Kopf bis Fuß auf Liebe eingestellt, escrita por Frederick Hollander para el cabaret berlinés de los años 20 e inmortalizada por Marlene Dietrich en El ángel azul. Sería la tónica dominante en el concierto, porque esa hibridación, ese tránsito continuo entre los estilos, del cabaret al tango, de la chanson al jazz, caracterizó la actuación y fundamenta la singular personalidad artística de Ute Lemper. Su versatilidad, su manejo siempre sobresaliente de los recursos de cada estilo, su disciplinada técnica vocal, el acierto con que un gesto o un amago de baile sugieren toda una escenografía, hacen de ella una artista completa, poseedora además de una rara capacidad para comunicar, para hacernos vivir las historias mínimas y enormes de estas canciones. Su recital en el Festival fue eso, un verdadero recital, un derroche.

También un pequeño autohomenaje, porque Last tango in Berlin recopila jirones de su trayectoria musical (Weill, Piazzola), homenajes y citas (Piaf, Dietrich, Brel), concentrados en la esencia de un gigantesco pequeño espectáculo de cámara. Un piano, un bandoneón y dos músicos cómplices y sobresalientes, bastan a la cantante para levantar ante nuestros ojos el mundo cabaretero de la República de Weimar, el de la chanson francesa o el del tango vanguardista de la mejor música argentina, mirados a menudo desde la orilla del jazz. Todos con una consistencia artística y musical irreprochable.

De todos los registros que derrochó Ute Lemper sobresalió el del cabaret, cuyos recursos maneja la artista de Münster con maestría: las entonaciones, la amplitud de su registro vocal, siempre dúctil y ajustado a los estilos, la gestualidad, los artificios vocales y melismáticos… Pero es complejo en su irrepetible mundo artístico separar fuentes que se funden en el caudal de su única, poderosa voz. Véase como se trajo de una orilla a otra de este recital la canción universal de Edith Piaf, Milord. Jean Paul Sartre dedicó en sus escritos algunas notas sueltas a la Piaf, pero de como Ute Lemper interpretó Milord sobre el escenario del Carlos V se podría escribir un libro entero. Qué mundo tan grande cabe en la pequeña maleta de este espectáculo que quienes llenábamos el Carlos V tardaremos mucho en olvidar.

La visita de la gran dama es sin duda ocasión propicia para replantear en el contexto del Festival el manido debate entre música culta y música popular, que la presencia de Ute Lemper resuelve para siempre. En su pequeña maleta nos trajo una cultura popular engrandecida, avivada la simpleza armónica de la música de masas por una complejidad y una expresividad que solo encontramos en el gran arte, ése que nos estremece. Ute Lemper hace grande la canción popular no por el camino de la simplificación, sino de la riqueza y la complejidad, en el polo opuesto, por ejemplo, a los tres tenores y experimentos similares. El Festival ha sido valiente abriendo a nuevos géneros su programa oficial y más selecto; la gran respuesta del público debe animarlo a ir un paso más allá en esta dirección.

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