En el nombre del padre
La danza flamenca ha perdido a uno de sus padres. Espirituales, físicos. Somos lo que somos por ellos. Gades, Maya. Sus sombras de gigantes se proyectan en todo el baile contemporáneo. Dos héroes de la escena flamenca, dos figuras esenciales y complementarias. Escribo conmocionado, a falta de un último adiós. Su marcha ha sido fulminante. Y, por un instante, nos fulmina. Para ponernos de nuevo en pie, precisamente sobre sus hombros. Los hombros de la dignificación de este arte. La creación de un teatro flamenco digno y comprometido. Con sus ingenuidades y sus sabidurías, sus incertidumbres (era un hijo de su tiempo) y sus grandezas. Eso ya es mucho. Al margen queda su cualidad como intérprete: sobrio, depurado hasta el máximo, con la exacta correspondencia entre mensaje, gesto y emoción. Me decía a menudo: "Yo sólo soy un gitanito del Sacromonte".
Era una personalidad irrepetible. Vivió a su manera, hizo lo que le dio la gana. No se me ocurre mejor epitafio para un ser humano, para cualquiera de nosotros: hizo lo que le dio la gana. Vivió sin doblegarse a ningún poder que no fuera el suyo, su propio criterio estético. Y ético, que en el caso de un artista son el mismo. Se baila como se vive. Y lo pagó. Pagó su libertad. Mas los réditos fueron mayores: esa misma libertad. Vivió largo y pleno, entregándose a la vida. Dándose a la existencia y regalándonos su compromiso. Con sus incertidumbres y sus grandezas. Pinturero, coqueto hasta la última hora, conduciendo su deportivo rojo o retocándose el cabello para una fotografía en una entrevista, siempre vestía de forma juvenil. Una noche de copas un portero nos impidió el acceso a un bar de moda de nuestra ciudad porque Mario calzaba zapatillas deportivas. Deportivas carísimas, eso sí, de diseño. Pero deportivas. Fue inútil intentar convencer al guardia jurado de que no podía impedir la entrada a un local llamado Bulería a un señor que, entre otras cosas, es el padre de las bulerías de hoy. Al final, el relaciones públicas del local nos abrió las puertas y la barra de par en par.
Algunos proyectos comunes, del nuevo centro que preparaba en Carmona por ejemplo, se quedan en el tintero. La muerte no avisa, dejando puertas abiertas para la eternidad. José Miguel Acal, concejal de cultura de Carmona, me asegura que el proyecto del Centro de Estudios Flamencos Mario Maya sigue adelante: con más ímpetu si cabe. De él aprendimos su veneración hacia los mayores (se fue poco después de su admirada Pilar López) y su lección de libertad. Gracias por todo maestro.
Su muerte nos deja un poco más solos y también un poco más grandes, maduros. Nos dice que ya podemos caminar sin ir de su mano. Lo demuestran, lo vienen demostrando desde hace años, Israel Galván o Marco Vargas. Rafaela Carrasco, Isabel Bayón, La Choni y Rosario Toledo. Y, sobre todo, sobre todos, con todos, con ella, Belén.
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