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¿Qué hay de nuevo, viejo?

  • En la colección Signo e Imagen (Cátedra) ha aparecido una monografía dedicada al cineasta Tex Avery, un autor decisivo en el ámbito de la animación

Ojalá me equivocara, pero me temo que el nombre de Tex Avery dirá muy poco a la mayoría de ustedes. Si les aclarase que de su calenturienta imaginación nació el ciclotímico Pato Lucas o que varias películas con Bugs Bunny y compañía llevan su firma, estarían obligados a reconocer que probablemente han visto algún trabajo suyo, incluso más de uno, docenas tal vez. Entonces, ¿cómo explicar ese desconocimiento? Muy sencillo. Avery se consagró a un género que, con honrosas excepciones, los príncipes de la crítica suelen ignorar: los dibujos animados. Para colmo de males, volcó su talento, que era mucho, en esos cortos que antaño servían de complemento a la proyección del largometraje de rigor. (Realizó ciento treinta cortometrajes animados y fue nominado siete veces al Oscar en esta categoría). A lo anterior hay que añadir lo que sigue: su labor como director va de 1935 a 1955; o dicho de otro modo, su obra pertenece al pasado, un territorio que no todos los espectadores, ni siquiera numerosos cinéfilos, están dispuestos a hollar. Para terminar de rematar la faena, Tex Avery fue un hombre discreto y en este mundillo la discreción se paga con la invisibilidad. Sumen y saquen conclusiones. Coincidirán conmigo en que la monografía escrita por Cruz Delgado Sánchez, además de llenar un vacío, tiene algo de justicia poética.

Fred Avery nació en 1908, en una pequeña localidad, Taylor, cerca de Austin, Texas, de ahí el apelativo Tex (algunos biógrafos colocan entre sus ancestros al juez Roy Bean, viejo conocido de los amantes del western). Avery se sintió atraído por los lápices desde pequeño; siendo adolescente, ya dibujaba caricaturas para el diario de la escuela. A la edad de veinte años se mudó a la soleada California, pero no en busca del buen clima, sino de una oportunidad como dibujante. Mientras llegaba ésta, Avery se ganó unos dólares pintando... coches. Carrocerías de coches, quiero decir. En Hollywood empezó desde abajo -entintando celuloide- y subió peldaño a peldaño a fuerza de tesón. Entró en el departamento de animación de Universal Pictures como intercalador -el que hace los dibujos intermedios una vez fijadas las acciones principales-, para ser ascendido luego al rango de animador propiamente dicho y, en vista de su proverbial capacidad para inventar gags y su endiablo sentido del timing, hacerse finalmente con la batuta de director.

En 1935 se pasó a la Warner Brothers, que producía dos series de dibujos animados, las míticas Looney Tunes y Merrie Melodies. En aquel tiempo (y todavía hoy), la meta era ser tan buenos como Walt Disney, pero no parecerse a Walt Disney. Frente al imaginario bondadoso de la Factoria Disney, Warner apostó por una mayor causticidad; frente a las bondadosas curvas del dibujo Disney, Warner cultivó unos trazos más afilados. Si la Factoría Disney seguía unos derroteros ortodoxos, la Warner optó por una heterodoxia bien entendida en la que no estaban proscritos los malos modos ni las malas palabras. Una comparación entre el Pato Donald (un as de la escudería Disney) y el Pato Lucas (un primer espada de la Warner) podría resultar extremadamente ilustrativa. El pato Donald es, a grandes rasgos, un individuo cascarrabias, cejijunto y cenizo; el pato Lucas, partiendo de un concepto similar, es todo ello y más: "extravagante, iconoclasta, malintencionado, charlatán, bromista y aparentaba (sólo aparentaba) no estar en sus cabales -escribe Cruz Delgado-; buscaba con frecuencia la complicidad del espectador (de lo que se deduce que es consciente de que está ahí y, por tanto, de su condición de personaje animado) y tendía a romper las reglas de lo que hasta ese momento se consideraba un cartoon".

En 1942, Avery saltó a la Metro Goldwyn Mayer con una versión de Los tres cerditos en clave propagandística, Blitz Wolf. El lobo feroz era una caricatura de Hitler y su agresión se planteaba como una invasión; el tercer cerdito, el Sargento Pork -malicioso chiste a costa de El sargento York (Sergeant York, 1941), un éxito de la Warner del año anterior- emplea armamento pesado en la defensa de la casita de ladrillos. Cruz Delgado recoge una impagable anécdota: "Mientras este cartoon estuvo en producción, el productor Fred Quimby le dijo a Tex Avery que fuera cuidadoso al caricaturizar a Adolf Hitler. 'Después de todo, no sabemos quién va a ganar la guerra'". A pesar de que la MGM era el estudio más conservador del Hollywood clásico, Avery no rebajó el mordiente de sus historietas, al contrario. Avery gustaba de sazonar sus historietas con una pizca de cándido, empero tenaz, erotismo y, en este período, su humor "se vuelve progresivamente más salvaje y menos sutil, con gags directamente diseñados para ser entendidos [exclusivamente] por un espectador adulto", reseña Cruz Delgado. En Red Hot Hidding Hot (1943), Avery puso patas arriba el cuento de Caperucita Roja: el Lobo Feroz es un multimillonario podrido de dólares que aúlla de gusto al ver el sensual show de la pelirroja Caperucita en un night club.

En su obra, Tex Avery tocó todas las teclas del teclado, las blancas y las negras, la sonrisa y la carcajada, la caricatura y la parodia, la ironía y el sarcasmo, la sutileza y la hipérbole, la agudeza y el absurdo. En su cine hay un coqueteo continuado con las corrientes estéticas más dispares, así como una continua experimentación con la imagen y un permanente inconformismo con las reglas gramaticales. Ronnie Scheib comparó esta actitud a la de Luis Buñuel, Roberto Rossellini, Samuel Fuller o Jean-Luc Godard. Y no exageraba; yerran estrepitosamente quienes consideran los dibujos animados un género "inocente": la inocencia no existe en el Séptimo Arte. Todo esto cambió con la entrada en liza de la televisión, corría la década de los 50: "Las grandes cadenas televisivas consideraron que lo que durante muchos años había sido permisible […] en pantalla grande -explica Cruz Delgado- ya no lo era en televisión". Tex Avery se pasó a la publicidad y allí se quedó hasta la edad de la jubilación. ¿Recuerdan aquel espot del insecticida Raid con unos mosquitos y unas cucarachas con pinta de matones? Es suyo.

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