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Un paraíso en la sombra

  • El Palacio de Dar al-Horra, en el Albaicín, conserva las huellas de la Alhambra y de una de sus reinas

Fue un palacio para el despecho. Cuando el rey Muley Hacén, padre de Boabdil, se enamoró perdidamente de una esclava cristiana, Isabel de Solís, su esposa, Aixa, se dedicó activamente a intrigar contra ella en la Alhambra. Isabel de Solís, que se convertiría al islam con el nombre de Zoraida, fue inmediatamente la favorita del rey. Repudió a Aixa y, para evitar nuevas intrigas palaciegas, ordenó construirle en el Albaicín un palacio con el fin de que los abencerrajes, que apoyaban a Aixa bin Muhammad ibn al-Ahmar, no se sintieran afrentados. Aixa pasaría a ser conocida como Aixa al-Horra, Aixa la Honesta. De ahí el nombre con que hoy existe ese palacio, Dar al-Horra, la Casa de la Mujer Honesta.

Es un trozo de Alhambra perdido en las calles del Albaicín. Ubicado en el Callejón de las Monjas, junto al Convento de Santa Isabel la Real, Dar al-Horra mantiene la misma estructura, arquitectura y decoración que los palacios de la Alhambra. Es un pedazo de paraíso perdido entre calles enrevesadas y esquinas en penumbra. Desde allí, Aixa seguiría disputando el amor de su marido y también confabulando contra él. Hasta tal punto que forzaría al hijo de ambos, Boabdil, a levantarse contra su padre y quitarle el trono en 1482.

Eran momentos muy convulsos para Granada que parecían no afectar en absoluto a la belleza de la arquitectura y la maestría del arte andalusí. Situada en lo que antiguamente se conocía como la Alcazaba Cadima, o Alcazaba Vieja, Dar al-Horra cuenta con dos pisos y un torreón que sirve de hermoso mirador. En el centro del patio hay una alberca, algo muy típico de la construcción de la época. Para los musulmanes granadinos, una casa debía tener siempre una estructura similar: una fachada que no denotase en absoluto la riqueza que podría albergarse en su interior, un patio central presidido por una fuente y una alberca y una galería cubierta en la que se encontraban las diferentes habitaciones rodeando el patio central.

El palacio de Dar al-Horra es una de esas pequeñas joyas escondidas que tanto abundan por el Albaicín y que contienen también historias fascinantes en su interior. El odio de Aixa al-Horra a Muley Hacén hizo que su hijo se levantase en armas contra él. El viejo rey volvería a reconquistar su trono pero, en 1485, envejecido y cansado, nombró heredero a su hermano, El Zagal, hombre curtido en la batalla y poderoso luchador. Muley Hacén moriría ese mismo año en Mondújar.

Cuenta la leyenda que su cadáver fue trasladado a algún lugar secreto de la sierra de Xolayr, hoy Sierra Nevada, y enterrado junto al pico más alto. De ahí el origen del nombre del Mulhacén para denominar al techo de la península. De Isabel de Solís se sabe que, tras la muerte de Muley Hacén, abandonó el islam y volvió a tornarse cristiana. Bautizaría a los dos hijos que había tenido con el rey con el nombre de Fernando de Granada y Juan de Granada. Su rastro se pierde en las sombras de la historia.

Tras un año en el trono, El Zagal (El Valiente), se vio obligado a ceder el trono a Boabdil, con quien estaría enfrentado hasta el final de sus días. En 1489 se pasó al servicio de los Reyes Católicos y luego se marchó a Fez, en donde sería apresado por un rey aliado de Boabdil y cegado para que no volviese a intentar ninguna revuelta contra el joven rey de Granada.

Aixa se mantuvo siempre al lado de su hijo y se convirtió en su consejera. Sin embargo, el fin de Al-Ándalus estaba ya muy cerca y lo único que podían hacer los musulmanes granadinos era minimizar en todo lo posible la debacle. Boabdil capituló ante los Reyes Católicos asegurando que la religión y costumbres de los granadinos permanecerían intactas a cambio de su propio exilio.

Cuando los Reyes Católicos se hicieron con Granada en 1492, una de las primeras medidas que tomó Isabel la Católica fue ceder el palacio de Dar al-Horra a uno de sus más grandes colaboradores, Hernando de Zafra. Unos años más tarde, sin embargo, cambió de idea y pidió que Hernando de Zafra entregara el palacio para que éste se incorporase a un convento de nueva construcción, el de Santa Isabel la Real.

Durante siglos, el palacio fue parte de ese convento y algunas de sus estancias alteradas con fines religiosos. A mediados del siglo XX el Estado decidió adquirir el inmueble y restaurarlo. Hoy permanece de la manera más ajustada a cómo debió estar en los tiempos en que Aixa lo habitó.

Dar al-Horra es un pedazo de la Alhambra fuera de la Alhambra. Sus interiores hacen creer al visitante que aún no ha salido del recinto monumental. También suenan los ecos de las viejas intrigas, de todas las pasiones y odios que debieron vivirse allí, de las conspiraciones por amor o ambición. Es un trozo de historia escondida en un rincón.

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