Pongamos que hablo de… Joaquín Sabina (II)

El cantautor despide con su gira ‘Hola y adiós’ una extensa e intensa carrera en los escenarios convertido en el poeta que embrujó a varias generaciones

Todos los grandes conciertos de Granada en septiembre: de Sabina al Granada Sound pasando por Antonio Orozco o la Bienal de Flamenco

Sabina en uno de sus últimos conciertos. / G. H.
Julio Gonzálvez

Granada, 04 de septiembre 2025 - 12:39

Hola y adiós. Joaquín Sabina dice que hasta aquí ha llegado y que se despide de los escenarios con una última gira. Guarden las entradas o hagan pantallazos al móvil: serán reliquias. Recuerdos de una despedida de quien se ha pasado media vida contando y recontando los placeres y pesares de la vida urbana entre rimas y veras. Sabina es ese recolector de colillas que agonizan de madrugada cuando las rocas de hielo se desvanecen en un whisky mientras él pellizca cicatrices rasgando voz y guitarra.

Fórmula del éxito

Nacido en Úbeda en 1949, Sabina llegó en los 80 a ser altavoz de una urbi et orbi con himnos como Pongamos que hablo de Madrid y Calle Melancolía. Una guía de versos callejeros donde el amor y el humor riman a flor de hiel. Sabina pertenece a esa estirpe deslenguada de artistas que se inspiran en la vida a la intemperie para explicarse a sí mismos y descifrar a los demás en viajes que duran 19 días y 500 noches (1999) y consumiendo Vinagre y rosas (2009) para paladares exigentes que no se conforman con estribillos de andar por casa. Canciones como Y nos dieron las diez, Contigo, Por el bulevar de los sueños rotos, Princesa, Y sin embargo, han construido y reconstruyen un mural de sentimientos en carne viva, emociones al rojo vivo que perduran dentro de una fórmula muy imitada, que prioriza la letra sobre la voz que la viste, y más en los últimos años cuando las oscuras cuerdas vocales ya perdieron fuelle. Sabina supo componer su propia marca y la vida no le llevó la contraria cuando trató de subirse a la barra del bar, entre vapores de cristal roto y muchas señales de humo rubio desencantado.

Creó una imagen de bohemia desaliñada pero con bombín que nació al amparo de un país necesitado de un boca a boca urgente tras décadas de dictadura gris negruzca, y que acogió con los versos abiertos a un poeta acunado por el deambular de Kerouac o Bukowski, los quebrantos de Brassens o la tempestad en calma de Cohen. O de Dylan. Sabina hizo suya la tristeza simpática como compañía de la queja social, se sintió a gusto con los disgustos amorosos y las penurias políticas. Creó la banda sonora de generaciones perdidas cavando trincheras desde la picardía ronca y la derrota cordial, la derrota como alma de doble filo. Alguien vio en él volutas de Baudelaire destemplado y estampidos canallas de un Groucho Marx que solo se toma en serio el humor. Nos vale.

Sabina en Madrid: el cuerpo mermado, el carisma y el arte intactos

El tiempo pasa por Sabina, sus percances de salud están ahí, de un infarto cerebral leve que le encaró a una caída del escenario en 2020: obligatorio reinventarse, pero Sabina no pasa con el tiempo. Cuando suena un solo segundo se abren las compuertas emocionales de quien vivió lo que Sabina canta. Y cuenta. Le vale todo a la hora de convertir un barrio de Madrid en un escenario shakesperiano o cervantino, desde letras que beben de la gran juerga del asfalto hasta brotes de lectura clásica que renuevan la pasión por los mitos y los ritos de soledad y melancolía sin regodearse en el sentimentalismo soez. Le valen los poetas Gil de Biedma y también Neruda, le vale Umbral y no se despega de Ángel González. Y muchos más de una larga lsita. Un cóctel de fértil resaca que se moja en ritmos de tangos, coplas, baladas, boleros… Un personaje literario ojeroso con trazas de dandy barriobajero que se ríe de sí mismo con acento andaluz y deje madrileño al calor de neones oscilantes mientras una mujer imposible le dice hola, le dice adiós, le dice hola y adiós con irónica ternura. Menos mal que la vida no fue tan literaria en ese campo y le permitió conocer en 1999 a Jimena Coronado, fotógrafa peruana con la que se casó a los 71 años en 2020, tras más de cinco lustros juntos. Muchos días, muchas noches de afinidad, que rima con complicidad. Gracias a ella y su saber ser y estar, Sabina cruza los dados sin el peligro de ver convertida la leyenda en caricatura.

Lo niego todo, incluso la verdad. Con semejante declaración de intenciones, Sabina se cura en (mala) salud. Y es que sus canciones tal vez no sean siempre verdad, pero nunca son mentira. Cronista de rupturas, rehén de contradicciones íntimas, Sabina sigue buscando a quien le robó el mes de abril, y lo hace con la paciencia y curiosidad de un obrero de las palabras que hace creer a quien lo escucha que le sale todo fácil, pero que se sostiene sobre un andamiaje milimétrico con mucho trajín detrás. "Mi plan es envejecer sin dignidad", confesó. Pues va a ser que no, Joaquín Ramón Martínez Sabina. Va a ser que no.

En la Caja de las letras del Instituto Cervantes

Sereno y haciendo uso de una voz custodiada por los años, el cantante hacía balance asimismo de su relación con el presente: “He escrito un libro, he tenido dos hijas y en Rota trasplanté un olivo, no me falta nada y estoy moderadamente en paz conmigo mismo teniendo en cuenta que la gente de mi generación pensábamos que no íbamos a ser nunca adultos porque los adultos eran siempre unos hijos de puta, así que he llegado a los 72 (los años que tenía en aquel acto institucional) sin considerarme un hijo de puta, y con eso basta”.

En la Caja de las Letras dejó parte de su valioso legado: la colección completa de la revista literaria argentina Sur, unos dibujos de cuatro gallos de pelea, manuscritos de canciones como Soledad o Lo peor del amor, uno de sus sombreros negros y fotos con gente de su círculo más íntimo, como Mario Vargas Llosa, Almudena Grandes o el propio Luis García Montero, director del Instituto Cervantes.

Joaquín Sabina no atesora una legión de fans, sino hileras de devotos que procesionan hacia la tristeza, la pasión o la memoria por el puente siempre renovado de las letras de sus canciones. Y para todos ellos deja este mensaje: “No pienso volver a los escenarios mientras la gente no pueda levantarse o fumar o tomar una copa. Mientras…”hola y adiós”.

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