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Hasta que el rabino me separe

Drama, Israel-Francia, 2015, 115 min. Dirección y guión: Ronit y Shlomi Elkabetz. Fotografía: Jeanne Lapoirie. Intérpretes: Ronit Elkabetz, Simon Abkarian, Gabi Amrani, Dalia Beger, Eli Gonrstein.

El divorcio de Viviane Amsalem es la tercera película de los hermanos Ronit y Shlomi Elkabetz, también la que cierra tras To take a wife y Siete días su trilogía protagonizada por unos mismos personajes y que tiene como principal propósito la denuncia de la situación de la mujer en la actual sociedad israelí bajo los estrictos condicionantes (machistas) de la religión judía.

En efecto, la Viviane Amsalem del título, interpretada por esta Anna Magnani israelí que es la propia Ronit Elkabetz, aspira a divorciarse de su marido (Simon Abkarian) después de muchos años de matrimonio infeliz y una manifiesta incompatibilidad, pero para ello tiene que pasar obligatoriamente por un Tribunal Rabínico, única institución que, bajo consentimiento expreso del marido y una evidente serie de humillaciones, puede ofrecerle la posibilidad de emanciparse y ser una mujer libre de pleno derecho.

El conflicto entre lo civil y lo religioso, entre mujer y hombre, se dirime así entre las cuatro paredes de un juzgado que funciona como cámara de resonancia de una sociedad que aún hoy sigue siendo incapaz de resolver o actualizar sus atavismos y de dar a la mujer el lugar de igualdad que se le ofrece ya, al menos legalmente, en cualquier país civilizado occidental.

Lo más interesante del filme es, desde luego, su absoluta fidelidad a un principio dramático resuelto con gran rigor formal y de puesta en escena: los cinco años del exasperante litigio transcurren en el interior del juzgado religioso, cinco años delimitados por largas secuencias dialogadas y entre grandes elipsis, cinco años en los que la palabra (y los actores, excelentes, claro está), el duelo dialéctico entre unos y otros, testigos, familiares y jueces mediante, se convierte en el principal argumento dramático, sin nada, ni siquiera detalles de montaje, música o ambientación, austera como pocas, que nos distraiga del verdadero conflicto que aquí se dirime. E incluso queda cierto hueco para la relajación, instantes y gestos inopinadamente cómicos que aligeran la tensión de lo que apunta a una auténtica tragedia humana.

El divorcio de Vivian Amsalem bien puede recordar a aquella Nader y Simin, una separación, del iraní Asghar Farhadi, aunque su propuesta, más limitada y enclaustrada si cabe, no deja de ser de una coherencia y una potencia considerables, incluso cuando, de la misma manera que el marido se resiste una y otra vez a liberar a su esposa, la película no se baja en ningún momento del arriesgado y aparentemente poco atractivo formato que ha elegido para alzar su voz contra la intolerancia, el orgullo patriarcal y la ortodoxia llevados al límite.

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