Dos solistas, supervivientes del tedio de 'La Sylphide'

Un momento del espectáculo del pasado viernes.
Un momento del espectáculo del pasado viernes.
Juan José Ruíz Molinero

30 de junio 2013 - 05:00

En diversos trabajos he hablado de la memoria burguesa del ballet romántico y de la banalidad e intrascendencia de los espectáculos, sumidos en historietas decadentes y superficiales, que sólo lo salvan cuando hay magníficas coreografías, música de calidad y, por supuesto, grandes conjuntos y bailarines. La Sylphide, que fue el ballet donde la bailarina María Tagliani utilizó, en 1832, por vez primera el empleo de las puntas y del tutú, en la versión coreográfica de su padre Filippo Tagliani, es sólo una reliquia, carente de otro interés que el puramente histórico. Porque, aunque abriera el camino a la exaltación de los grandes ballets posteriores, donde los geniales coreógrafos y músicos del momento -Chaikovski, entre ellos-, aparte de míticos bailarines, fueran capaces de dar viveza al espectáculo burgués por antonomasia, está a mucha distancia de ellos, incluso de la más inmediata Giselle, donde sí se materializan todos esos elementos imprescindibles para lograr la atracción colectiva. Giselle, por ejemplo -que tiene una mediocre música de Adam, pero que al menos logra resaltar la escena-, la han bailado en el Generalife, desde Margot Fonteyn y Nureyev, a los Ballet de la Ópera de París o el London Festival, con Trinidad Sevillano, entre otros. Porque uno de los roles cumbres del ballet clásico lo han interpretado, desde 1841, artistas de la categoría de Carlotta Grisi, Anna Pávlova, Tamara Karsavina, Alicia Alonso, Yvette Chauviré, Margot Fonteyn , Lucien Petipa, Vaslav Nijinsky, Nureyev o Barysnikov, entre centenares de danzantes. Luego vendrían históricamente las apoteosis de El lago de los cisnes, Cascanueces, La bella durmiente, etc.

La Sylphide es sólo un punto de referencia histórica que en la mediocre versión del viernes no pudo salvar el tedio que produce, sobre todo su anodino primer acto, con sus adocenadas danzas escocesas, carentes de gracia ni siquiera ingenuidad, apoyadas en la deleznable música de von Lovenskjold. Menos mal que en el segundo acto pudimos recuperarnos del aburrimiento que invadió al público y al crítico. El elemento fundamental fue la exaltación del ballet blanco, la plasticidad del conjunto, muy bien expuesto y pausadamente movido, la imagen clásica estática recortada sobre los cipreses, como fondo imprescindible de la tarjeta de presentación de un ballet de estas características. Pero, sobre todo, lo que acabaron triunfando verdaderamente fueron los dos bailarines solistas. Gaia Straccamore fue una sensible, elegante, flexible y exquisita Sylphide, demostrando su alta escuela, su profunda capacidad técnica que ha de rozar la perfección para no desvirtuar las evoluciones de ese espíritu etéreo que representa, mientras Alessio Rezza -que sustituía al anunciado Ronaldo Sarabia- le daba vigorosa réplica, con muy ágiles y difíciles saltos y movimientos de la mejor escuela del virtuosismo del ballet clásico. Ellos fueron los verdaderos héroes de un conjunto que no pasó de la mediocridad, con una pésima música grabada que, como tantas veces he dicho, desvirtúa y empequeñece cualquier sesión de danza en el Generalife, que pasa a ser simple velada de mayor o menor interés. Giselle, por ejemplo, la puso últimamente hace dos años en Granada el Ballet y Orquesta del Teatro Stanislavsky. El ahorro no siempre está justificado en el Festival, aunque sea en tiempos de crisis.

Programa: 'La Sylphide', coreografía de Auguste Bourmonville y Eric Bruhn, música de Herman Severin von Lovenskjold. Solistas: Gaia Straccamore ('La Sylphide') y Alessio Rezza ('James'). Director artístico: Micha van Hoecke. Lugar y fecha: Teatro del Generalife, 28 de junio de 2013. Aforo: Lleno

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