Swing con ecos de África

Jazzmeia Horn es un prodigio. En una noche de swing, acompañada por músicos que desarrollaron solos de gran calidad, como el pianista Santiago Vázquez o el contrabajista Geraud Portal, su capacidad para hacer de trapecista de los registros nos lleva a comprender el por qué de sus premios Grammy y de los prestigiosos concursos que ganó desde el inicio de su carrera, como el Sarah Vaughan International Jazz Vocal Competition. No solo la destreza para jugar con sobreagudos, incluso en una balada, o su dominio del scat, la improvisación vocal que ya casi nadie hace realmente bien. Es capaz de traer a la memoria la voz de Nina Simone o Billie Holiday, también la de su admirada Betty Carter, a la que dedicó un disco. Además, domina un tono grave que expresa una profundidad espiritual que parece emanar de esos antepasados de la esclavitud. Sin embargo, es difícil equipararla a las voces clásicas, ya que su voz resuena más en el estilo de la segunda mitad del siglo XX. Es, sin duda, una de las mejores cantantes del jazz mundial.

A esa capacidad, se une su posicionamiento moral y la lucha contra las desigualdades sociales, pero especialmente una humanidad y una simpatía que desbordó al auditorio del teatro Isabel la Católica, especialmente acostumbrado a otras escuchas calmadas. Estamos en Granada, ante un público que no se ajusta a lo que ella demandaba en ese momento. La prueba fue la dificultad para bailar de la gente, ya que la vocalista bajó para animar a liberarse casi persona a persona, recorriendo todos los pasillos del patio de butacas. Fui el primero en bailar con ella, todo un honor. En esa necesidad de vibrar con el jazz, tal y como explicó, hizo que compartiera muchas confidencias, que fueron desde conversaciones con su abuelo, caminando hacia el colegio, hasta charlas con sus padres y, después, con sus hijos. Algunas, quizá algo insustanciales y, sobre todo, extensas. Tanto, que hubo alguna queja en las butacas del fondo, ya que es quizá de mal gusto sobreentender que todos los asistentes hablan inglés. Gusta que los músicos cuenten cosas pero, si lo van a hacer, no estaría mal la deferencia de traducir. Es una idea para el futuro. Por respeto a quien ha sacado la entrada. Las risas forzadas ante cada chascarrillo son la inseguridad y el ego de cada asistente speaker, que quiere gritar al mundo que entiende ese idioma. A algunos les faltaba decir al de la butaca de al lado “haber estudiado”. La traducción con Inteligencia Artificial va a ponernos a todos en nuestro sitio.

Con un estilo nada experimental, recorrió un sentir clásico con temas propios, como When I say. Sin embargo, trascendiendo la técnica y la enorme energía expresiva, su atuendo africano y saber que procede del último estado del sur, Texas, donde se produjo, posiblemente, el último linchamiento legal de personas negras, hace que su propia presencia y su puesta en escena sea toda una declaración de principios de dignidad afroamericana. Fue una noche para el disfrute de las personas que aman el jazz vocal, aunque estamos en un festival en el que se echa de menos alguna sesión de más pureza jazzística, si bien la apertura a lo latino o a instrumentos poco usuales está haciendo que estos días sean una oportunidad para descubrir, aprender y sentir. Queda, solamente, el cierre con el bajista Richard Bona, que merece sobradamente el galardón de la Granada del Festival.