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La técnica pianística en honor a Debussy

  • El intérprete Pierre-Laurent Aimard prefirió el perfeccionismo que la búsqueda intimista del autor

El recital se centró en reinterpretar obras del francés Debussy.

El recital se centró en reinterpretar obras del francés Debussy. / carlos gil

Siempre es esperado un recital dedicado a Claude Debussy, en el marco ideal del Patio de los Arrayanes, pese a los ruidos exteriores que puedan llegar ocasionalmente, incluyendo, por cierto, el memorable Debussy que nos ofreció Walter Gieseking, el 27 de junio de 1956, al que me he referido en anteriores ocasiones. Tras las múltiples interpretaciones escuchadas en este recinto, la conmemoración pianística del fallecimiento del músico galo recayó en el excelente pianista francés Pierre-Laurent Aimard, que hizo una admirable demostración de técnica, prodigiosa digitalización y capacidad para extraer los, a veces, laberínticos sonidos, ritmos y novedades que para aquellos momentos representa la totalidad de la obra debussyana, incluyendo su piano que no es sólo -que ya sería bastante-, el de las sugerencias, los hallazgos cromáticos, la atmósfera impresionista , calificativo que él mismo detestaba, sino, en esta especialidad, el dificilísimo de los Estudios, pertenecientes a su última época (1915), cuando ya estaba enfermo de cáncer, y que constituye una obra maestra que abre caminos nuevos para la música pianística contemporánea, como lo abrieron Chopin, al que admiraba, y Liszt.

Comenzaba el recital con la colección de piezas breves que, bajo el título Tombeau de Claude Debussy encargaría Henri Prumières en 1920 a Dukas, Roussel, Malipiero, Gossens, Bartok, Schmidt, Strawinski, Ravel, Falla y Satie. Aimard ha elegido cinco y ha omitido -quizá porque originalmente estaba escrita para guitarra, pero existe una excelente versión pianística- el hondo tributo de Falla, como ha omitido en su programa -ni siquiera como regalo, que no hizo alguno- páginas como la Puerta del Vino, del libro 2 de Preludios o Soirée dans Grenade, de Estampes que si han interpretado casi todos los pianistas que se han acercado a Debussy en este recinto, empezando por Gieseking, a pesar de que la dirección del Festival ha basado el centenario en la relación imaginada del músico con España y hasta Granada, que Falla subrayó en un comentario que recuerdo siempre que puedo acerca de la "verdad sin la autenticidad".

Quizá el pianista galo no quiso 'mancillar' con nada que pareciera anecdótico en este homenaje pianístico. Así que su capacidad técnica superó los desiguales epitafios musicales y se sumergió de lleno en dos obras diversas -la obsesión de no repetirse a la que me referí en uno de mis análisis- de Images y Études. El sonido perfecto del piano de Aimard nos acercó, con la elocuencia y misterio necesario, a páginas tan bellísimas como Reflejos en el agua, Homenaje a Rameau, o al Movimiento, de la primera serie de Images, para rubricar con la mezcla de potencia, sonidos aterciopelados y evocaciones Campanas a través de las hojas, con su difusa melodía, Y la luna desciende sobre el templo que estaba y ese milagro armónico de Peces de oro. Todo ese retablo que necesita la absoluta perfección interpretativa, pero siempre algo más, lo subrayó con maestría Pierre-Laurent Aimard, aunque con cierta lejanía comunicadora. El pianista interrumpió su interpretación por molestos ruidos que llegaban del exterior y preguntó al público si aceptaba que siguiera en esas condiciones peculiares. Él no sabe, ni tiene por qué conocerlo, que cuando se celebraban recitales a la ocho y media de la tarde en el recinto, cuando los pájaros buscaban sus nidos entre los arabescos, los grandes intérpretes -Rubinstein, Kempff, el mencionado Gieseking entre la legión de primerísimas figuras- soportaron los chillidos de los vencejos y hasta Rubinstein estuvo esperando que terminara un castillo de San Pedro para seguir sus interpretaciones. Los 'marcos incomparables' tienen estos problemas, supongo que no sólo en España, sino también en Francia.

Pero donde hizo una verdadero alarde fue en los dificilísimos 12 Estudios, una obra maestra, sólo al alcance de grandes intérpretes, de dominadores absolutos de la técnica pianística. Desde el primero que humorísticamente, pero con respeto, recuerda a Czerni, en los cinco dedos, los de las cuartas, las sextas, las octavas, hasta en el Segundo tomo, con los grados cromáticos, las notas repetidas y todas las infinitas dificultades técnicas que puede encontrar un pianista, el intérprete se ve sometido, como un gimnasta de los dedos, a retos auténticamente diabólicos. Pero no se trata sólo de superar las dificultades -el ejercicio de digitalización parece imposible extraerlo con la perfección que lo hizo Aimard-, sino sumergiéndose en las sonoridades no sólo externas, sino las más interioristas. Ya advertía el autor que no bastaba para interpretar estos ejercicios tener manos impetuosas. Ese retablo de sonoridades, reflejo del uso orquestal que Debussy hace del piano, estuvo magistralmente reflejado en los dedos virtuosos del pianista y en su capacidad de superar dificultades e ideas, en una concentración que, pese a un foco asesino que nos puso mirando al público -quizá porque cerrando los ojos se puede seguir mejor, sin distracciones, tantos vericuetos pianísticos- nos sentimos atraídos por una obra que no frecuentan los pianistas por los riesgos de sus enormes dificultades.

Así se cerró el recital Debussy, con un Aimard pletórico en los recursos técnicos, imponiéndose sobre otras cualidades, que tiene un profundo conocedor, como él, del diverso y apasionante mundo debussyano.

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