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"Durante mucho tiempo parecía que sólo había literatura realista en España"

  • El autor publica 'De mecánica y alquimia' (Salto de Página), una serie de curiosos relatos que apuntan claves imposibles en la historia de Al-Ándalus, la Europa medieval o algún futuro inalcanzable

Como un pequeño monstruo de Frankenstein: la suma de varias partes que no son igual a un todo. Así define Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974) a su última criatura, De mecánica y alquimia: un conjunto de relatos que comienzan en Al-Ándalus y terminan en perfectos futuribles, con el amor por los rincones ciegos como materia aglutinante.

-Mecánica y alquimia, método y transformación, son también los dos procesos necesarios en la labor creativa. ¿Cuál pesa más?

-Sin ninguno de ellos es posible nada. Hay muchos escritores que no tienen la chispa, el talento natural, y otros que la tienen pero no tienen la dedicación o la disciplina necesaria, que es la entrega de una vida: estar todo el tiempo leyendo, formándote, doblegando tu literatura, torturando las líneas.

-¿La palabra es la mejor alquimia?

-De las palabras se tienen que extraer la magia y la alquimia. De hecho, hay homenajes a ello en todo libro. El golem sólo adquiría vida cuando le introducían en la boca una tablilla con la palabra escrita, el nombre de Dios. Ahí está el proceso alquímico. Y siempre hay otra química, la literal: el boticario que realiza un ensayo en toda ley pero que, a pesar de todo, formula en voz alta la fórmula mágica, como un ensalmo. Intenté que combinaran de todas las formas posibles: toda la magia que sobrevuela sobre la literatura es mental, alquímica, y luego está la materia sobre la que construimos, palabras o máquinas.

-En sus vacaciones suizas, Polidori, Byron y los Shelley idearon, entre todos, el mito de Frankenstein y el del vampiro moderno. ¿A quiénes escogería como acompañantes para su Villa Diorati?

-Pues yo me llevaría a los muy perturbadores Luis Manuel Ruiz, Ángel Olgoso y Félix Palma. Al decírtelos me he dado cuenta de que todos son andaluces, pero por pura casualidad. Sería un placer pensar con ellos en los nuevos monstruos.

-Para mi bisabuela no habría mejor candidato a androide que yo misma. No habría nadie más inquietantemente familiar y tampoco más ajeno: nuestros valores son distintos; la percepción del mundo, distinta, y vivo rodeada de gadgets, medio mecanizada...

-La tecnología va cambiando inevitablemente nuestra forma de socializar y nuestra vida diaria. Con sólo dos generaciones de por medio, es cierto que mi abuela se parece más a una señora de hace un montón de siglos que a nosotros: sin luz ni agua, el pueblo en el que vivía podía pasar por plena Edad Media. Aun así, todavía somos sólo un pequeño eslabón.

-"Más humanos que los humanos"... En muchas ocasiones, la fascinación por los autómatas nos hace tristemente conscientes de nuestra propia falla.

-Tal como yo lo veo, los autómatas son una representación más de nuestros conflictos internos. El hombre occidental siempre ha intentado dominar lo que hace, doblegar la naturaleza. Empieza con artefactos muy sencillos y con ambiciones menores. Por ejemplo, en mi libro, los primeros autómatas que aparecen se dedican a regar: eso va a ir evolucionando puesto que las ambiciones también son mayores, y pueden terminar en el viaje espacial o en crear vida. Pueden llevarte al conflicto con la propia identidad y querer hacer una obra que te supere, o que te ayude, o que termine siendo una criatura que supla tus carencias. Pero reflejan ese ansia por doblegar todo lo que hay en el entorno.

-Algunas de las historias de mecánica y alquimia parten de una anécdota histórica...

-Sí: tratan de rellenar una laguna histórica y luego se introduce la ficción. El Libro de los instrumentos incendiarios existió realmente, aunque desapareció durante siglos. Ahí es donde entra lo inventado: se explica que se tenía miedo de lo que pudiera causar. O con la historia del reloj de Praga: una vez que ejecutaron al relojero fue imposible arreglar el mecanismo durante décadas. ¿Por qué? Pues planteo que su ayudante lo vengaba.

-El repunte de lo fantástico que vivimos ahora, ¿tiene raíz generacional? ¿O es que se buscan nuevas formas de contar las cosas?

-Lo fantástico siempre ha estado ahí, pero durante mucho tiempo parecía que sólo había literatura realista en España. Nuestra generación ha crecido con Borges, Cortázar, Poe, Hoffmann..., sin contar toda la ficción del cine y la televisión. Es normal que, con este bagaje, veamos lo fantástico como algo natural. Lo que no era normal era lo de antes: siempre ha habido literatura fantástica en España pero no se le daba la importancia que tenía, lo que hacía que a los autores se les quitaran las ganas de explorar ese campo. Pero quizá también los lectores estén más abiertos ahora a ese tipo de literatura.

-De mecánica y alquimia nunca pasa por nuestra época: del XIX se llega a los relatos futuristas, a Bradbury. ¿Hay alguna razón?

-Hay una evolución: intento, con los primeros relatos, construir los cimientos de los últimos. En todos ellos está la ambición humana de trasfondo, la incapacidad del hombre para controlar el mundo y cómo la tecnología va evolucionando en forma de inteligencia artificial, hasta la máxima rebelión de esa tecnología que sería el punto de imaginación. El XIX actúa, precisamente, como bisagra del libro: el protagonista de ese cuento es escritor y puede ser entendido como autor de las demás historias. Partir de ese momento me permitía introducir a esos representantes de mecánica y química que había en las historias ya evolucionados, como esos insectos mecánicos del final del libro, que se proponen como vida alternativa.

-Parece que para escribir fantasía lo mejor es ser un escéptico.

-Si creyéramos en fantasmas o universos paralelos estaríamos en Cuarto milenio. Ocurre que conocemos los límites de la realidad pero, al mismo tiempo, dudamos de que nuestro esquema de la realidad se adecue realmente a lo que hay ahí. Nos cuestionamos qué pasaría si se cambiara algún factor.

-Al respecto de cuestionar la realidad: estudió e impartió clases de Filosofía. ¿Qué fue primero, huevo o gallina?

-Para mí ha sido un poco un todo. Volvía de la facultad en el coche haciéndome preguntas que terminaban siempre, claro, en relatos fantásticos. Borges decía que los maestros de la fantasía eran aquellos que se inventaban cosas como la Santísima Trinidad. La filosofía me ha permitido acceder a una literatura muy especializada, algo que me ha servido para comprender a escala global distintas corrientes y darles un enfoque literario y más llevadero.

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