Un trovador del soul
Jazz en la Costa comienza con soul, demostrando su apuesta por la variedad de estilos
James Carter: "El sonido del saxo me conmovió profundamente desde niño"
38 Jazz en la Costa Festival Internacional de Almuñécar
Myles Sanko, voz; Tom O’Grady, piano, Rhodes y teclados; Ric Elsworth, batería y percusión; Chris Booth, guitarra eléctrica; Jon Mapp, bajo eléctrico; Gareth Lumbers, saxo tenor.
Es un inicio suave del festival, pero de una profunda belleza. Suave, quizá, para los más jazzeros, pero que comprenden que, en el blues, el soul y el funk están las claves de este sentir de la música norteamericana. Un arranque sereno y sentido, aunque con un ritmo que se mete por dentro, te atrapa y no te suelta. Un hombre que canta a otras personas, que escuchan y vuelan bajo las estrellas y las palmeras de ese entorno tropical que es Almuñécar. Está todo inventado. Un evento así ocurre desde el principio de los tiempos. Siempre hubo trovadores. Alguien que entona letras dedicadas, cómo no, a los sueños, al amor, a la vida, a la resistencia y a todas esas claves que nos hacen tan humanos, tan frágiles y fuertes a la vez. Si escucharan el concierto, qué pensarían los fenicios y romanos a los que debemos ese inigualable entorno patrimonial sexitano. Quizá, que los locos somos nosotros, por el estruendo. O puede ser que lloraran, cautivados por el despliegue de magníficas luces del escenario, que tanto nos ayudan a los fotógrafos a crear escenas para el recuerdo de este festival, que resiste al tiempo, y que se debe a la apuesta por la cultura del Ayuntamiento de Almuñécar, principalmente, con el respaldo de la Diputación de Granada. Hay que valorar la voluntad institucional, y señalarla.
Myles Sanko, que se ha hecho a sí mismo, afincándose en Londres desde su Ghana natal, sabe lo que es el sentir africano, pero se mantiene fiel a sus referencias, con ese aire de los setenta que revisita desde sus propias creaciones. Estoy seguro de que es buena persona. La prueba es que comenzó hablando de felicidad, acordándose de su paso por esta tierra y presentando a sus compañeros. Y haciendo una oda a la libertad, como aquellos esclavos que inventaron, desgarrados en su anhelo, la música espiritual. A pesar de alguna demostración inconsciente de su tremenda potencia en el registro, con graves dignos de resaltar, no va de nada, no alardea, no te vacila como crooner, a diferencia de otros respetables estilos de vocalistas de moda. Y es de agradecer un combo de gente tan sencilla y honesta, que no se regodea en aspavientos para hacer buena música. Quizá faltó algo de empuje, de fuerza. Coreamos estribillos, pero a medio gas, con un aire parroquial. Sin embargo, sobre el escenario había unos músicos excelentes. Y en la grada, José Luis, que no es asiduo del jazz, descubrió la magia de los solos instrumentales. Y hay que hablar de eso, porque los solitas fueron ganando en firmeza a medida que transcurría la noche, pero podían haber dado algo más. Destaca, sobre todo, el oficio de Chris Booth en la guitarra eléctrica, a lo Hendrix, y la delicadeza en cada nota del teclista, Tom O’Grady, que pensaba cada sonido con un extraordinario acierto. Tampoco quedó atrás el bajista Jon Mapp y el saxo tenor Gareth Lumbers, con una textura metálica perfectamente ajustada al universo musical de Sanko.
Sin embargo, en un festival de jazz, los ortodoxos siempre queremos más desarrollos argumentales, más cargas de profundidad. El discurso, en la improvisación, es adrenalina. Quedan registrados, precisamente en el alma, algunos momentos de sus propias creaciones y de algún clásico, como Every body love the sunshine, Blackbird sing o Rainbow in cloud. Pura magia en los in crescendo emocionales tan propios de este género musical. Al final, la vida está resumida en las letras de Myles Sanko: decir adiós y seguir tu camino. Queda mucha música, mucho jazz.
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