Txell Feixas: "Es emocionante ver como una acción de amor de un padre a una hija se convierte en una revolución feminista"
La periodista presenta Aliadas en la Feria del Libro de Granada, que llega a su fin este domingo con un programa repleto de actos
Todas las actividades de un sábado en el que coinciden La Noche en Blanco, el Día de los Museos y la Feria del Libro

Granada/Txell Feixas fue corresponsal en Oriente Medio durante seis años. Una región donde trabajó como corresponsal, con sede en Beirut, para los medios públicos catalanes (grupo 3Cat). Ha cubierto la guerra de Siria, el conflicto en Iraq, la caída de Estado Islámico, la gran marcha del retorno en Gaza, el regreso del régimen talibán en Afganistán o los terremotos de Turquía. Entre todos los horrores que ha atravesado en esos conflictos, en Shatila encontró "el peor sitio donde se puede vivir en el mundo". Situado en las afueras de Beirut, es una pequeña Palestina y también una "cárcel a cielo abierto": en poco más de un kilómetro cuadrado que se pensó en un principio para 3.000 refugiados y ahora acoge a 30.000 personas. Pero Shatila también es escenario de un proyecto revolucionario, un equipo de baloncesto femenino por el que ya han pasado 150 niñas y que la periodista española describe en su libro Aliadas, que este sábado presentó en una edición de la Feria del Libro de Granada dedicada en exclusiva a la mujer y que este domingo a las 21:30 horas echará el cierre tras más de una semana de encuentros literarios, actividades culturales y descubrimientos editoriales.
Pregunta.-Este libro parte de una de tus primeras crónicas en Oriente Medio.¿Qué tenía esta historia de todas las que ha había vivido allí para que la empujase a volver para escribir un libro?
Respuesta.-Había contado más historias de muerte que las que quería explicar de vida, y me di cuenta de que en el campo de refugiados de Shatila, pese a mi primer impacto, que fue sorprenderme de la dureza en la que vivían esas casi 30.000 personas, había mucha más luz que la oscuridad que yo imaginaba inicialmente.
P.-Describe Shatila como “el peor sitio donde se puede vivir en el mundo”, pero también como un lugar de “milagro”. ¿Cómo conviven esos dos extremos en un mismo espacio?
R.-Shatila no es el típico campo de refugiados que tenemos en mente, no es un descampado con lonas blancas y tiendas de campaña más o menos organizadas, sino que es una miniciudad dentro de una gran ciudad que es la capital libanesa. Por eso es como una cárcel a cielo abierto, un laberinto de edificios, como favelas de cemento que crecen en vertical porque en horizontal no puede hacerlo. Hay poco más de un kilómetro cuadrado de superficie que fue diseñado para 3.000 palestinos y ahora hay 30.000 personas palestinas pero también sirias y de otras nacionalidades. El impacto que me generó este campo, donde no hay electricidad ni hay agua potable muchas horas al día, en el que casi sólo ves hombres y niños por la calle, porque las mujeres salen pocas veces, fue tremendo. Me impactó que en un sitio tan conservador, tan patriarcal, con tanta historia detrás de tanta dureza, naciera un milagro, un proyecto pionero.
P.-Se suele contar la historia palestina desde el drama pero en este libro ha elegido la esperanza. ¿Por qué decidió tomar ese enfoque narrativo?
R.-Quería contar Shatila, y en general Palestina o la región, de otra manera, ver lo positivo y la luz de sitios que siempre explicamos desde la oscuridad, desde la guerra, desde el conflicto, desde las crisis. Creo que, sin esconder el drama que hay en muchos sitios de la zona, podemos contar realidades con más esperanza. Y de alguna manera quería también romper con la tendencia de contar Oriente Medio como si fuera un partido de fútbol con ganadores y perdedores, buenos y malos, muertos y heridos. A veces, contando estos países de Oriente Medio desde la oscuridad y el pesimismo, revictimizamos a las personas que viven ahí y les arrebatamos lo único que han preservado de toda su vida, que es la dignidad. Me parece que Shatila en Aliadas es otra diferente a la que a mí misma me resonaba del genocidio de hace más de 40 años, de violencia, de drogas, de armas, de destrucción.
P.-Madji, el padre que fundó el equipo de baloncesto, es una figura central en Aliadas. ¿Qué le cautivó de él como personaje?
R.-Lo que me sorprendió es que no estaba dentro del estereotipo masculino en el mundo árabe como alguien machista. Lo bueno es que hay hombres que, sin tener un manual de feminismo, aplicando solo el sentido común, están en esa lucha. Es emocionante ver como una acción de amor y protección de un padre a una hija se convierte en una revolución feminista en Shatila. Como Madji, con ese intento de pista de básquet, no sólo enseñaba a jugar y a soñar a las niñas sino que también cambiaba a sus padres y a una comunidad entera.
P.-¿Fue solo por sentido común o él tenía alguna profesión por la que hubiera viajado por el mundo o le permitiese adquirir una visión diferente?
R.-No, él aplicó el sentido común de simplemente no querer que su hija se casara con solo con 11 años, que no acabara como algunas de sus amigas, embarazadas siendo tan niñas, algunas muriendo porque su cuerpo no aguantaba el parto, otras metidas en drogas porque preferían desengancharse de la realidad a las que estaba atada su rutina, a abandonar las escuelas para acabar siendo esclavas sexuales o laborales entre las cuatro paredes de alguna casa. Quería rescatar a su hija de esas violencias estructurales del campo pero también a las amigas. Por eso creó el proyecto.
P.-Como mujer occidental, periodista, blanca... ¿Fue difícil posicionarse para no contar una historia tan compleja sin caer en el exotismo o en la condescendencia?
R.-Tenemos que ir con cuidado en eso de no descolonizar el relato cuando lo escribimos los que no somos de ese lugar. Hay tendencia, desde nuestro occidente, a caer en los ópticos de estos lugares y orientalizar el relato. Hay que ser consciente y trabajar con eso para evitarlo. Luego, sobre todo, para no caer en estos riesgos, he priorizado que hablen ellas, por eso algunos capítulos son en primera persona y los que no son resultan muy fieles a lo que ellas me contaban y, sobre todo, cómo me lo contaban. Y, por supuesto, hacerlo desde el respeto y desde la humanidad más absoluta, intentando ser fiel a lo que estás viendo y no a lo que tienes en mente.
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