El último de los grandes románticos

La injusta decisión de la antigua Columbia dejó en el olvido este magnífico álbum

Imagen del actual Paddy McAloon, mucho más barbudo que el que conquistó el éxito en los 80 con Prefab Sprout.
Terminal 5 Por Enrique Novi

31 de octubre 2009 - 05:00

Prefab Sprout PIAS

En 2009 Paddy McAloon se parece muy poco al sonriente joven que conquistó el éxito en los 80 al frente de Prefab Sprout. Tiene 52 años, una barba blanca y poblada y un conjunto de serios achaques, entre ellos una progresiva pérdida de visión y un grave problema auditivo que prácticamente lo inhabilita para que pueda volver a cantar. Y además de todo ello, una aversión casi enfermiza a todo lo que huela a industria musical. Y este disco es la prueba irrefutable de que esa aversión es merecida. Después de componer algunas perlas que alcanzaron lo más alto de las listas (When love breaks down, The king of Rock'n'roll o Cars and girls), y de entregar algunos de los más hermosos álbumes de los 80, Steve McQueen, From Langley Park to Memphis, Protest songs y, finalmente, Jordan: the comeback, este último del año 90, corría el año 92 cuando se encerraron a grabar el que debía sucederle: Let's change the world with music. A los directivos de su compañía no les convenció y decidieron que no merecía ver la luz. Así que quedó archivado y Prefab Sprout no volvieron a publicar material nuevo hasta 1997. Para entonces el mercado había empezado a cambiar -lo haría mucho más en la década siguiente- y el momento de su música, de arreglos preciosistas y concebida para ser paladeada sin prisas, parecía haber pasado. De modo que en cierto sentido la injusta decisión de Sony -entonces Columbia- acabó con la etapa de gloria del grupo.

Durante años se rumoreó acerca de su álbum perdido, pero no ha sido hasta el mes pasado en que por fin fue publicado, cuando hemos podido descubrir la magnitud de esa injusticia. Si con el material conocido el talento compositivo de McAloon se ha llegado a comparar con el de Paul McCartney, Elvis Costello e incluso Cole Porter, este álbum no hace sino confirmar su capacidad para crear melodías majestuosas, y desde ya debe considerarse entre sus obras mayores. Para contrastar con más amargura aún el inmerecido periplo de estas grabaciones, el álbum es un canto sin dobleces a la música y su poder curativo y evocador. Desde el cándido título (Cambiemos el mundo con la música) todas las piezas remiten a la misma idea: Let there be music, I love music, Music is a princess, Sweet gospel music... los títulos hablan por sí mismos. Así hasta once radiantes canciones de melodías majestuosas, sedosas orquestaciones a la manera del mejor Marvin Gaye y la voz acariciadora de McAloon. Lástima que la industria no devolviera en justa reciprocidad su incondicional amor por ellas.

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