La Yenka.

La Yenka. / G. H.

Coronavirus. Desde que aquella extraña palabra se coló en nuestras vidas como algo exótico, tan lejano como minoritario pues estaba en China y el porcentaje sobre su milmillonaria población nos parecía un dato ínfimo, hasta el día en que dejamos de pensar que había vuelto Quique Pina con sus fichajes raros y comenzamos a ponderar la real magnitud de esta catástrofe. Si alguien hubiera sabido en aquellos días previos a la cuarentena lo que se nos venía encima es seguro que habría encontrado el himno oficial de estos casi tres meses que llevamos aparcados en el arcén del tiempo: La Yenka.

Por su estribillo de "izquierda, izquierda; / derecha, derecha; / adelante, atrás... / Un, dos tres". Porque nos la han dado por la izquierda y por la derecha y su extremo, por delante y por detrás y, casi siempre, a ese ritmo de 'un-dos-tres', de forma que entre pasito p'alante y pasito p'atrás desembocamos en una situación en la que si aceptamos La Yenka como himno oficial, en el escudo de armas se grabaría una leyenda: Donde dije digo, digo Diego. Pero, eso sí, la facilona Yenka es toda una precursora del lenguaje inclusivo sin Instituto detrás que empuje: "Vengan chicos, vengan chicas a bailar", primer verso de introducción a un baile al que "todo el mundo viene ahora sin pensar". Una danza sencillota, de verano, de vacaciones, de disfrutar inocente y colectivo. Si es que la misma letra lo dice: "Esto es muy fácil lo que hacemos aquí, / esta es la Yenka que se baila así". Y, a continuación, lo de "izquierda-izquierda", "derecha-derecha" y lo de "adelante" y "atrás"/ un-dos-tres".

Remontando en el tiempo, bastaría con escuchar a alguno de esos Tertulianos del Apocalipsis y sus manifestaciones cuando se decidió suspender el Mobile de Barcelona: decisión "precipitada", "alarmista"... Claro que también por entonces escuchábamos a Fernando Simón pronosticar que el coronavirus pasaría por España muy lateralmente y sin dejar mayores secuelas que una gripe. Más o menos, como nuestro singular Spirimán, quien sin duda oficiaría de Sumo Sacerdote del digo-diego y sería el más apropiado director de orquesta en el canto coral de esta Yenka del Coronavirus donde vale una cosa y su contraria. Que a este hombre en su deriva de autodevoración por el autopersonaje que se ha autocreado no se le descompone la mascarilla cuando se pronuncia a la inversa de lo que dijo hace cinco minutos...

En este panorama habíamos llegado al debate de la mascarilla sí, la mascarilla no, que desde las altas instancias del Ministerio se dudaba de su eficacia y necesidad para a los pocos días amenazar con multas a quien no se refugie tras el embozo. Se monta la carajera cuando se difunde que el Gobierno ha comprado mascarillas y test defectuosos pero con más o menos intensidad en idéntico fallo han caído presidentes autonómicos de nuestra España autonómica y de otros países de Europa. Un día dicen que los niños solo podrán ir al supermercado y al siguiente pueden pasear a lo largo y ancho de nuestras calles y plazas. Se anuncian las fases de la desescalada, se santifican los catorce días como medida sine qua non y, a los dos días, las dos semanas ya no son tan necesarias. Se abre Barcelona a la Fase Uno un día después de que sepamos que había más de quinientos fallecidos no contabilizados. Se hace otro tanto en Madrid por los mismos días en que sabemos de los truquillos que desde su luxury ático maneja la simpar Ayuso para aguar las cifras... Galimatías de datos, como dice nuestro Cappa, que desembocan en dos mil personas menos, borradas del triste ranking de la desescalada.

Si el confinamiento descubrió en muchos de nuestros convecinos una desconocida vocación policial como vigilantes del comportamiento ajeno, la vocación se ha trasladado ahora a algunas cajeras de supermercado, por otra parte tan admirables en estas semanas anteriores de crisis, aunque en todo colectivo siempre habrá alguna que dé la nota. Mientras, nos anuncian la creación de un cuerpo especial, reclutado entre perceptores del subsidio de desempleo, Los Vigilantes de la Playa, de tantas sugerencias evocadoras, para vigilar este verano en que, ahora, nos dicen que se aceleran pasos para evitarle la cuarentena a los turistas del extranjero...

Así, todo amable lector que haya llegado hasta aquí, dispóngase a moverse a los pasos pegadizos de la repetitiva Yenka que se metió por los oídos y demás sentidos en el verano de 1965. Un éxito de temporada que, sin embargo, fue grabado un año antes por dos hermanos holandeses residentes en Barcelona, Johnny y Charlie Recourt, nombre artístico Johnny&Charlie, de los que el segundo fue autor y sobre el que el equipo asesor-sección documentación de este cancionero analítico encuentra toda una historia perdida en las galerías del tiempo, historia que desempolvaba hace un año Pablo Gil en El Mundo. Para cuando La Yenka empezó a sonar en todas las radios de España, Charlie había muerto en un accidente de carretera. Charlie, rey del verano de 1965, que un par de años antes había disuelto el dúo primitivo que formaba con Tony, nada menos que Tony Ronald, que en temporadas sucesivas ya a primeros de los 70 se revelaría como un maestro en la composición de temas pegadizos destinados al consumo musical en verbenas de verano.

Aquel extraño bailongo de La Yenka que sí tuvo éxito, frente al intento del madison fracasado en el verano anterior -que también se las traía, oiga-, preludiaba el reinado de Hispavox como resorte de éxitos en la música moderna española desde mediados de los 60. No en vano, en La Yenka se aprecia la mano arreglista de Waldo de los Ríos que impulsaría las carreras de tantos cantantes en los años sucesivos. Un tímido lanzamiento en el despegue de la discográfica tan desconfiado en la magnitud de su difusión que en la cara posterior del disco incluía un esquema para guiar en la danza a las parejas danzarinas del momento.

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