Cancionero para una crisis

Conductor de la Rober

Conductores 'malafollá' los hay en todas las ciudades del mundo

Carmencita Calavera, en una imagen de archivo.

Carmencita Calavera, en una imagen de archivo. / G. H.

En el capítulo anterior analizábamos de pasada esas vocaciones sobrevenidas que el confinamiento ha despertado en el interior de muchos de nosotros. Si la primera de esas vocaciones ocultas fueron esos 'policías de balcón' que desde las alturas increpaban al viandante o convecino durante la fase cero, con la fase uno aparecieron cajeras de supermercado que te sacan la tarjeta amarilla más pronto que a un defensa en el Camp Nou como se atreva a mirar a Messi... Y es que, una vez suavizadas las medidas de aislamiento en domicilio, con la salida generalizada el traspaso de las obligaciones a la responsabilidad personal de cada cual convierte a determinadas profesiones en agentes del orden en el ámbito privado de su pequeño mundo. 

En esta categoría aparece frontalmente el Conductor de la Rober al que canta Carmencita Calavera, entroncada en la saga musical de los Caballero, que lo mismo te cantan una ópera que te sumergen en la agitada movida rockera de los 80 en Granada por vía familiar. ¡Bendita sea la rama que al tronco sale! Porque versatilidad no falta en esta afortunada unión con Los del Pantano (Cubillas, Bermejales... Quéntar) que lleva hasta una versión actualizada de Tatuaje, brazo tatuado en 1941 por Doña Concha Piquer.  

Aquí, los conductores de la Rober, esa empresa de autobuses urbanos que colorea nuestras calles desde 1963, primeros tiempos de viaje en los que el tándem dual conductor-cobrador garantizaba un mejor servicio, agilidad en la entrada y salida de usuarios, menor tiempo de detención en las paradas y más seguridad en la conducción cuando el conductor, como su propio nombre indica, era eso y solamente eso: conductor.

Hace ya muchos años que por un prodigio de alquimia que merecería el premio Nobel de Química, la empresa redujo de la noche a la mañana a una sola persona lo que antes eran dos. Es decir, que donde pagaba dos salarios de pronto pagó solo uno. Y lo hizo -más difícil todavía- sin reducir la tarifa del billete, que subía y subía al unísono con los precios de los carburantes, pero -otro caso curioso- si bajaba la cotización del petróleo no por eso se reducía el coste del trayecto para los viajeros. Misterios de la química, porque -salvo que alguien lo desmienta- tampoco el sueldo de los conductores debió aumentar en la misma doble proporción en que se duplicaba su responsabilidad.

Al conductor de la Rober, por tanto, se le agrió el carácter cuando fue obligado a ejercer como agente doble. En los autobuses de antes reinaba un lema, 'prohibido hablar con el conductor', y para cuando ese conductor fue obligado a despachar directamente con la clientela tenía tan asimilado el veto que posiblemente ahí radica ese retrato que pintan los Carmencita, "miradas llenas de frialdad, / indiferente / y con desdén", aunque a mí me ha parecido entrever cierto gozo interior cuando, llegada la ocasión, dan la vuelta en monedas de céntimo. Lo que enlazaría este Conductor de la Rober con su predecesora musical, Candonga de los Colectiveros, creación de Les Luthiers que data de mediados de los 70.

El 'colectivo' es el autobús en el país de La Pampa y los 'colectiveros' un trasunto de nuestro conductor de la Rober que canta nuestra Carmencita, colectiveros que "ante la afrenta de pagarme con diez mil / en monedas de 50 doy el vuelto muy gentil". Y no es la única similitud que encontramos en los versos de la Calavera y los Luthiers. Para nuestra paisana, "si una vieja no se sienta / contra el cristal la revientas"; para los argentinos, "corro fuerte, nunca aflojo. / Con coraje y con valor / si el semáforo está en rojo / acelero sin temor, / pero no me olvido el freno / yendo a gran velocidad: / con el colectivo lleno, / ¡qué porrazos de verdad!". 

Candonga, según el Diccionario de la Real Academia que limpia, fija y da esplendor, es "alabanza exagerada" y también "broma o burla que se le hace a alguien" y esto es lo que entrevemos en la mirada irónica de Les Luthiers, porque la de Carmencita desconoce -todavía no había nacido- esos tiempos originarios del conductor reducido a conductor y no imaginaba cuando compuso su canción que llegaría un tiempo de coronavirus que convertiría a nuestro 'agente doble conductor-cobrador' en 'triple', al obligarlo a ejercer de policía en el cumplimiento de las normas, pertrechado en el cubículo de una mampara.

No toda la culpa es de ellos: hace tiempo que soportan a esas usuarias que en el tiempo que transcurre desde que salieron de casa hasta aposentarse en la parada y los minutos de espera hasta que llega el autobús no se les ha ocurrido buscar el bono-bus o las monedas del billete y, ahora, en la plataforma de entrada, con una cola del demonio asediando, abren el insondable bolso, buscan, rebuscan, aparece la cartera, abren el 'acordeón que lleva al monedero, recuentan las monedas... O, por fin, aparece el bono-bus, pero... ¡pita!: los diez viajes ¡consumidos! Y el semáforo de delante cambia de rojo a verde, de verde a rojo, de rojo a verde... para desesperación de los que van con prisa. ¡No toda la culpa es de nuestros 'colectiveros'! Por eso, en la mirada crítica de Carmencita late, finalmente, un deseo oculto, una especie de 'síndrome de Estocolmo' a la 'granaína' que desemboca en unos últimos versos de indulgencia: "El día paso pensando en ti, / siento tu voz / y querría subir. / Huyamos juntos, por favor. / La línea '11' solo para dos".

El 11, que tradicionalmente en Granada es el autobús de circunvalación. Es decir, atrapados en un giro continuo, dando vueltas en torno a nosotros mismos. Si ya lo cantaba Carlos Cano: "Granada vive en sí misma tan prisionera / que solo tiene salida por las estrellas". ¿Y tenemos derecho a pedirle al conductor de la Rober que nos saque por las estrellas? ¡Bastante tiene con pelear en el atasco!  

Es cierto, desde que desapareció la librería de Puerta Real que marcaba nítidamente el 'kilómetro cero' de la 'malafollá granaína' no se ha vuelto a localizar el punto exacto que nos identifique geográficamente en nuestros límites urbanos. Es tarea para los 'malafollólogos' encontrarlo y a ello emplaza este cancionero analítico a nuestro Andrés Cárdenas, el último teórico de nuestro acendrado carácter. Porque, es cierto, en la formulación de Cárdenas hay profesiones que por su contacto directo con el público están más expuestas a transmitir ese gen autóctono: camareros, funcionarios y ... conductores de la Rober.

Pero estos 'colectiveros' de la empresa granadina no son especie única. La propia Carmencita lo reconocía en una entrevista que publicaba hace un año Juanje García en Ideal y que el equipo asesor-sección documentación de este cancionero analítico ha desempolvado: "Conductores 'malafollá' los hay en todas las ciudades del mundo. Lo más cercano que tenemos y vivimos es extrapolable a cualquier parte. Las emociones son comunes a todos los seres humanos: la 'malafollá' granadina también es universal, es patrimonio de la Humanidad". ¡A ver si es que van a ser los 'colectiveros' de la Rober los únicos culpables!

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