En su momento una contertulia de los programas de José Miguel Conteras, el de Días de tele, una tal Gloria Marcos, ex dirigente de IU en Valencia, tildó de "caspa franquista" la serie Verano Azul, que iba a programar de nuevo TVE justo cuando fue cancelado, con razón, el sectario programa Las cosas claras.

Se entiende que aquella política estuviera enfurruñada y le atizara la patada fácil a la serie de Antonio Mercero, que aunque en alguna época sufriera abuso de redifusiones es una ficción que ha encarado bien los años. Puede estar desfasada en detalles pero como fotografía de cómo éramos (las casas, las familias, las relaciones personales, la gente corriente) a finales de los 70 sigue siendo un documento bien válido. No descubrimos nada, claro que está: todos los españoles, de todas las edades, han visto aunque sea algún capítulo suelto de Verano Azul. Por momentos puede parecer cursi y sostenida por los límites narrativos que se podían tener entonces. Mercero era innovador, no era un señor punki. Pero es un producto que se sigue dirigiendo a todas las edades, algo que se echa en falta en estos tiempos cuando todo parece ir enfocado a algo y a alguien para que tenga relevancia en lo audiovisual.

Lo de aquel comentario de la contertulia fue una anécdota pero convengamos en que resulta peligroso e ingrato tildar de franquista y fascista todo lo que sea anterior, no sé, a 2004, cuando apareció Zapatero. El adanismo del nuevo siglo ha creado brechas y resquemores en la vida política española que por fuerza se desea trazar en la gente. Y la gente es simplemente heredera de aquellos veranos azules, con sus preocupaciones más mundanas y sus reclamaciones más sinceras.

Todo esto venía a que la jovial Julia, la actriz María Garralón, acaba de cumplir 70 años. Una cifra que nos hace pensar más a los demás que a ella misma. Verano Azul y todo lo que reflejaba merece más respeto que el cliché fácil o la crítica facilona.

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