Good morning, starshine, de Oliver

Good morning, starshine, de Oliver

UNA canción que es un clamor de optimismo desde sus primeros compases, cuando una voz que emerge de las profundidades de un fondo de sonidos bucólicos se va abriendo paso desde la lejanía hasta dominar todo el espectro de los sentidos, en una sucesión de imágenes imaginadas que remiten a ese momento en que con las primeras luces el día se abre paso dejando atrás la noche. Good morning, starshine, Buenos días, estrella brillante es el canto que pone banda sonora a este lunes de nuestra flamante Fase Uno, encuentros en la primera fase con esta canción que evoca el nacimiento de una jornada nueva, abierta, distinta, luminosa, espléndida, donde todo puede pasar y todo está por pasar... Cuando todo depende de uno mismo porque todavía nadie ni nada han tenido tiempo para estropearlo.

Good morning, starshine pertenece al musical Hair, comedia de Broadway que en 1967 constituyó un éxito en los escenarios antes de su salto al cine, dos años después, como abanderado del pensamiento y las actitudes hippy. Jill O’Hara, Lynn Kellogg y Beverly D’Angelo, nombres que dicen poco en el panorama musical que llegó a España desde Estados Unidos, habían interpretado la canción en el teatro y la película, donde el tema presenta una versión algo más rítmica que la que definitivamente triunfó en todo el mundo, en la voz de Oliver, cantante pop que exploró la rama country y añadió tanto los sonidos rústicos y el fondo de guitarras que acompaña los acordes de Good morning, starshine, más ese grito acompasado y optimista que abre la canción y que supone el plus que definitivamente inclina a este cancionero analítico a incluirla en su edición de este lunes: “The Earth says hello. / You twinkle above us” (”La Tierra dice hola. / Brilla tú por encima de nosotros”). Ese ‘nosotros’ que “brillamos abajo. / Tú nos guías a lo largo del camino. / Mi amor y yo cantamos / nuestra canción de canto temprano en la mañana”.

Algo de lo mismo debieron ver los productores de la película The dish, producción australiana del año 2000, dirigida por Rob Sitch y estrenada en España como La luna en directo. En su título original en ingles, dish, traducción literal ‘plato’, alude a la antena parabólica más grande del planeta, levantada en Parkes, un pequeño pueblo de Australia, que se hace imprescindible en 1969 para proyectar al mundo la imagen de los astronautas del Apolo XI y la llegada del hombre a la Luna. Días antes del alunizaje, un incidente en el receptor principal que la NASA tenía en Goldstone (California) obliga a recurrir a la antena de Parkes, del tamaño de un campo de fútbol, que los pueblerinos conocen popularmente como ‘el plato’ (Por eso la película se llama El plato...).

El filme, un monumento al ‘buenismo’ en el empeño colectivo y coral, sitúa la escena en el momento en que una aldea remota se convierte en el eje de aquel “pequeño salto para el hombre pero un gran paso para la Humanidad”. Una aldea sobre la que, de repente, están puestas todas las miradas de científicos y diplomáticos, no exenta de golpes irónicos, cuando uno de los técnicos de aquel remoto artilugio, que siempre han vivido en el anonimato y ahora se agobia ante la responsabilidad sobrevenida, exclama algo así como: “¡Parece que estén más interesados en transmitir al mundo la imagen del éxito que en devolver a los astronautas a la Tierra!”.

La película mereció el premio de la academia australiana a la mejor banda sonora del año, escala en la que aparece como nota fundamental esta Good morning, starshine, que con sus acordes agrega en todo momento al filme ese aire de “simpático ejercicio de tibia contención emotiva o humorística, con todos los tópicos en su sitio: el establecimiento de una meta común como catalizador positivo, cierto ruralismo idílico, el azar como factor desequilibrante, la grandeza de lo pequeño, la bondad del paleto...”, según la crítica que le dedicó la revista Fotogramas.

Es de esa ‘meta común como catalizador positivo’ de la que toma motivo este cancionero para insistir, una vez más, en la necesidad de mirar por los demás tanto como por nosotros mismos en estos días de semilibertad recuperada, en los que la responsabilidad individual juega el papel decisivo para el buen éxito final de la desescalada. En tanto que integrantes de una comunidad, son los deberes más que los derechos los que tienen que imponerse para evitar un repunte, un paso atrás que obligue a desandar lo andado. Y, sobre todo, en la recomendación de la prudencia va implícito un respeto a los profesionales de la sanidad, a quienes hemos aplaudido desde los balcones, porque un retroceso ahora significaría volverlos a meter en la trinchera y el sobreesfuerzo de los primeros días. Por ellos, más que por nadie, ¡buenos días, estrella brillante!

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