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Porque todos tenemos la ayuda de la amistad". Y más: en estos largos días proliferan las muestras de solidaridad que nos encontramos pegadas en el espejo de un ascensor: 'si alguien necesita...' y sigue un ofrecimiento para cualquier detalle que la semana pasada se perdía diluido en la rutina de la cotidianidad y ahora es un lujo imposible una vez decretada la cuarentena. Desde bajar al supermercado a acercarse a una farmacia, tolerados para quienes no tengan problemas de movilidad pero dificultosos para personas de edad que viven solas y han perdido o tienen muy difícil la posibilidad de las visitas de familiares o allegados.
Que sepan que 'en el piso tal, letra cual...' hay una mano amiga dispuesta a cumplir el rito. Con solo tocar el timbre. Y estamos sabiendo en estos días las pequeñas y múltiples historias, desde esas asociaciones de vecinos que se organizan para que ningún paisano se quede fuera de esa logística que de repente ha complicado la vida a miles y miles de conciudadanos. A ese barrio de Petrer, un pueblo de Alicante, donde se han organizado para fabricar por sí mismos mascarillas de protección. O la señora anciana de Madrid que llamó a la radio: en estos tiempos donde no conocemos ni al vecino que vive enfrente se vio, como tantos, desamparada en la faena de hacer la compra. Pero esa misma mañana ya había llegado hasta su domicilio un joven que le había proporcionado lo más perentorio y necesario para combatir la cuarentena.
No estamos solos y cuando pase esta plaga además del monumento a los sanitarios, a las fuerzas de seguridad, alguien deberá hacer un acopio de relatos sobre las pequeñas grandezas de solidaridad que nos van a acompañar para consuelo de estos largos días. En los que uno se pregunta qué habría sido todo esto en la era anterior a las redes sociales y el internet. Porque raro es el día en que no te llama el más insospechado de los amigos lejanos siquiera para saber si estás bien y, de paso, tratar de convencerte por enésima vez: "Tienes que ponerte el guasap..."
En reconocimiento a ese círculo más cercano, dedicamos hoy este cancionero recóndito, ideado con el objetivo de hacer más llevadera la cuarentena, a un tema de los Beatles, grabado en 1967 y contenido en el mítico álbum del sargento Pipper y su banda de los corazones solitarios que en España españolizaron los inevitables Mustang: La ayuda de la amistad. Una traducción literal del título, With a little help from my friends, hubiera sido Con una pequeña ayuda de mis amigos, pero la versión española se ajusta bastante al original que compuso la prolífica pareja Lennon-McCartney.
La canción, el tema, habla de algún desacorde en la entonación que debería ser perdonado por los amigos: "¿te levantarías y me dejarías?" se preguntan los Beatles, pero no porque en seguida le piden prestado el oído "y te cantaré una canción y trataré de no cantar fuera de tono", con lo que logran pasar "con un poco de ayuda de mis amigos". Con ese pequeño perdón, la canción se adentra en territorios de amor a primera vista y necesidades de "alguien a quien amar" que en la versión traducida que grabaron los Mustang se ajustaría más a la situación actual: "Cuando el día ya llega al final la tristeza nos hace pensar / con la ayuda de amigos será / menos duro poder soportar. /Sí, será fácil si me han de ayudar. / Porque todos tenemos la ayuda de la amistad".
Siendo los Beatles los creadores de esta optimista canción, yo prefiero quedarme con la versión que grabó Joe Cocker a continuación, una visión melódica y pausada, nostálgica, que al margen de la grandeza del cantante, se popularizó en España como banda sonora de una serie rodada y emitida en los primeros años 90, The wonders years (en España, Aquellos maravillosos años), que evocaba los años adolescentes narrados por la voz en off de su protagonista ya adulto. Una serie evocativa y de culto, episodios cortos de media hora de duración que nos ponían nostálgicos y melancólicos aun cuando la temática tan lejana -la serie se desarrollaba en un pequeño pueblo de los Estados Unidos profundos- no excluía el recuerdo para todos de un tiempo, el de nuestras propias vidas jóvenes, en el que nada estaba escrito y todo pudo ser distinto.
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