Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

El disputado voto de nadie

Salvo en las facultades 'borroka', las elecciones académicas suscitan muy poco interés entre profesores y alumnosLa papeleta obliga a marcar candidatos/as de forma paritaria, ¡demonios!

Las elecciones al claustro de la universidad que me alumbra parecen haber sido convocadas por, precisamente, un claustro, pero de un monasterio de una orden de silencio o, si queremos ser más maliciosos, se diría que quien llamó a las urnas fue una logia, que puede entenderse tanto como una forma arquitectónica parecida al propio claustro como por un cenáculo secreto de urdidores. Los electores profesores o alumnos parecen no haberse enterado del acontecimiento ("¡No habrás visto el email!" "¿No chequeas la plataforma?"). A lo largo de la mañana, a la mesa electoral a la que he sido amablemente convocado para echar diez horas de debido servicio ha acudido una sola votante, a la par que candidata (a las 19:00, había 14 sobres en la urna). Así que me puse a escribir este artículo.

En estos casos de displicencia de la población discente (que los estudiantes pasan, vaya), conviene aplicar la lógica: si a tu clase no va nadie, es que no interesa; si tu materia es suspendida en masa, no es que seas un profesor exigente, es que no examinas bien. Cabe extrapolar: la abstención masiva en un proceso electoral es una enfermedad de la democracia. Pero cabe también preguntarse si este marasmo electoral no responde una estrategia para que las elecciones se agüen, que sean un mal necesario mediante el que la nomenclatura y el statu quo, aliñados con la desidia y desapego de los tiempos, las conviertan en un formalismo de obligado cumplimiento. Cabe, alternativamente, concluir que estamos saturados de elecciones y políticas.

Sobre estas cosas hablaba con la profesora que preside la mesa, una mesa en la que ostento el señalado cargo de "Vocal tercero titular": los vocales titulares primero y segundo son dos alumnas. Y es que la universidad pública de la mano de unos estatutos melindrosos con las cuotas de poder convirtió al receptor inmediato del servicio -el alumno tiene bastante de cliente- en un pequeño soberano, o al menos en una potencial bisagra institucional del claustro, como un PNV de la enseñanza superior; tenga idea o no del cotarro y defienda (¿es necesario?) más o menos a la mayoría silenciosa de alumnos. Lo mismo cabe decir del sector o cuerpo de administración y servicios no subcontratado (secretaría, conserjería, mantenimiento, etc.). Este colectivo, como algunos gustan denominar a un grupo de personas con intereses parecidos, es quizá el más reivindicativo, por encima de los estudiantes hoy, y por supuesto a años luz de los profesores, cuyas exigencias de investigación de mayor, menor o nula transferencia social están por encima de la docencia en cuanto a incentivo; no digamos sobre las cuestiones políticas, que no interesan salvo en los petit comités de fondos públicos para la investigación y la confección de publicaciones de impacto en disciplinas o ciencias no experimentales. Sea dicho impacto real o inexistente, o lo sea en los meros circuitos de revistas-negocio ungidas como de élite; todo ello desde que cambiaron las reglas del juego a mitad del partido, hará 20 años.

Como triste anécdota sobre las paparruchas degenerativas de la imprescindible causa de la igualdad en cualquier contexto, trascribo como estrambote una negrita que figura en la papeleta: "Número máximo de candidatos del mismo sexo que se pueden votar: X". Cada candidato tiene una (M) o una (H) detrás de su nombre. Oh, sexismo cum laude. Para llorar. Valga éste como detalle significativo de cómo los foros políticos o politizados, con sus intercambios de estampitas y sus mangueras que no se pisan entre bomberos, producen excentricidades -barbaridades, si prefieren- como ésta: a ver qué pasa ahora con esta norma chorra cuando entre en vigor la ley trans. Rizar el rizo hasta arrancar la cabellera.

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