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Opinión
En ocasiones la profesión médica resulta extremadamente dura, pero en muchas otras nos da grandes alegrías e incluso emociones inesperadas. Hace 14 años conocí a José Manuel cuando sólo contaba con seis meses de edad y se debatía entre la vida y la muerte en la UCI pediátrica del Hospital Materno Infantil de Granada. Había sido intervenido recientemente de una grave afección cardíaca congénita y después de repetidos intentos para retirarle el tubo que le mantenía con vida, su aparato respiratorio volvía a fracasar y había que volver a intubarle y conectarle al respirador.
En aquella época yo era el neumólogo responsable de la ventilación mecánica y estaba acostumbrado a tratar pacientes complejos, generalmente adultos, aunque también había tratado a niños y lactantes con insuficiencia respiratoria grave pues colaboraba frecuentemente con los neumólogos pediátricos. Sin embargo, el caso de José Manuel era mucho más difícil de lo habitual por tres razones fundamentales: ya se había intentado la desconexión del respirador sin éxito en varias ocasiones, presentaba una gran debilidad postquirúrgica de los músculos respiratorios y por último la tecnología existente en esos momentos estaba diseñada principalmente para adultos.
Así fue que con una gran responsabilidad y por qué no decirlo, mucho miedo y una fuerte taquicardia, me dispuse a intentarlo una vez más junto con su pediatra. En aquella ocasión utilizaríamos la ayuda de un dispositivo de ventilación mecánica llamado BPAP, el mismo que una década después nos permitiría luchar contra la covid y liberar camas en las UCIs para ser ocupadas por los pacientes más graves.
Con medios todavía muy rudimentarios, pero con mucho cariño, pudimos adaptar una mascarilla de adulto a la carita de José Manuel, recortándola a mano como si de un sastre se tratara. Así fue como José Manuel pudo liberarse de ese tubo que le mantenía con vida y sustituirlo por una sencilla mascarilla que, conectada a un respirador, permitió avanzar rápidamente en su curación.
14 años después el destino se encargó de reunirnos emotivamente, aprovechando una de sus visitas de revisión en Cardiología pediátrica. Hoy, José Manuel tiene 14 años y una vida entera por delante.
Desde aquí me gustaría felicitar a ese niño luchador y esos padres que con gran fortaleza y valentía siempre confiaron en el sistema sanitario público, y felicitar a esos profesionales, muchas veces anónimos, que consiguen que cada día, silenciosamente, tengamos una de las mejores sanidades del mundo.
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