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El mundo está inmerso en dos aceleradas revoluciones, la energética y la tecnológica, que solo podrán desplegar todo su potencial si se aumenta sustancialmente la construcción de infraestructuras. La ONU y varias consultoras estiman un déficit de inversión de al menos 600.000 millones de euros anuales, lo que supondría un crecimiento muy superior al del PIB.
Muchas de las compañías que construyen y gestionan redes eléctricas, infraestructuras de transporte (autopistas, puertos, ferrocarriles, aeropuertos, petróleo y gas, etc) y tecnológicas (de telefonía móvil y fibra y los centros de datos) cotizan en bolsa, y a otras se puede acceder a través de fondos de capital-riesgo, ahora también accesibles a inversores particulares.
Estos negocios son claros beneficiarios de los recortes de tipos que abaratará la financiación de sus proyectos, muchos de ellos incentivados por los planes públicos en la UE y EEUU. Como la rentabilidad de la deuda a largo plazo ya ha recogido en gran parte esta relajación de las políticas monetarias, las compañías de infraestructuras han liderado las recientes alzas bursátiles.
Aun así, creemos que todavía tienen recorrido. Se han convertido en valores de crecimiento, que cotizan a múltiplos razonables y que retribuyen generosamente a sus accionistas. Por ejemplo, el sector eléctrico europeo está a PER (Precio/Beneficios) de 13,0x y pagará en 2025 un dividendo medio del 4,8%.
La mejor forma de invertir en esta temática es con fondos globales, que tienen las ventajas de su diversificación en muchos negocios y países, incluidas las economías emergentes, donde mayores son las necesidades de construcción.
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