María Casado, presidenta de la Academia de Televisión se nos echa a llorar por los datos de su programa. Siente que el esfuerzo de Las tres puertas en La 1 no es recompensado por el público y casi se derrumba ante Pedro Ruiz. Lo que puede verse como un repunte espontáneo de sinceridad, incluso de verdad, viene a entreabrir lo que es una dudosa práctica periodística: el protagonista es la noticia, el invitado, el interlocutor. El periodista es el medio, nunca el protagonista.

En esta misma columna, en un desgarro de romper la cuarta pared del papel, podría contarles, por ejemplo, que me duele una muela pero lo que nos pase no puede afectar ni al trabajo ni al resultado.

Casado, María, entendemos que pueda estar afectada por la recepción de su trabajo pero en un programa de entrevistas, precisamente, los protagonistas son los otros. Si los datos, los números, no son satisfactorios es tal vez porque no se está acertando con el debido tino con el contenido. A Las tres puertas le sobra ampulosidad y aparente exquisitez, ya que es un espacio de prime time, un horario generalista en una cadena generalista. En La 1 hay que pedir calidad, siempre, pero también proximidad, amenidad. Las pretensiones elitistas deberían relajarse en TVE.

Si falla Las tres puertas un problema puede ser de empaque y acogida de su conductora, de su hilo conductor. Si no llega a la pobre media de La 1 hay que revisarlo. Ese programa ha de mejorarse. Y si está producido por una firma andaluza que se note precisamente el origen y no abusar de esa pátina reconocible de los programas de Sant Cugat, desenfocados, rozando lo pedante.

En Las tres puertas hay invitados excelentes pero se aprecia falta de frescura. Los datos de audiencia, pese a todo, irán mejorando con las semanas: es un formato reconocible que necesita el plazo de la confianza, de la permanencia. Y los nervios y la impaciencia no son buenos compañeros para convocar al público, el que justifica la dotación y la existencia de TVE