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De corazón
Un puzle. Sí. A según qué edad, la vida se convierte en un juego de piezas que tienes que encajar y en el que el estrés del día a día es el gran protagonista.
Hace ya un tiempo que dejaste atrás esa etapa de juventud y de preocupaciones muy diferentes a las actuales para enfrentarte a una realidad repleta de cambios, decisiones continuas y situaciones inesperadas. Y aparece entonces el término compaginar. Porque esa es la palabra mágica a la que enfrentarte a diario, siempre con la angustia de no llegar a todo, de tener que renunciar a algunos placeres. Que conciliar con niños de por medio es un gran reto, pero cuando no los hay, también es ardua la tarea de unir todas esas piezas. Tanto es así que llega un momento en el que no quieres que ese puzle se haga más y más grande y te desborde.
Demasiado tienes con meter en 24 horas varios trabajos, a tu familia, a tus amigos, las tareas del hogar… Todo esto sin olvidar el tiempo que tienes que dedicarte a ti mismo. Así que piensas que no es el momento, y que bastante has sufrido ya como para que alguien ahora tenga hueco en tu vida.
Que la palabra compromiso es demasiado grande para abarcarla dentro de un puzle repleto de caos. Por eso la conclusión a la que llegas es que esa pieza sobra. Que no hay hueco para que nada ni nadie más rompa tu loca rutina.
Pero un día frenas. Paras y te das cuenta de que más piezas, a veces es sinónimo de mayor felicidad. Te percatas de que al fin y al cabo, si quieres, las piezas de un mismo puzle siempre encajan. No sobran. Aunque pensabas que era imposible que encajara en la locura, estás dispuesto a que forme parte de ella. Así que encaja.
Y llegas a la conclusión de que cuando las ganas están por encima de los miedos, no hay que temer a que el puzle sea más grande.
Te llevas entonces el mejor aprendizaje. El de no dejar pasar las oportunidades de tu vida por temor a que no cuadre, el de incluir en tu caos y en tu tiempo tan finito y limitado todo aquello que merezca la pena.
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