GRANADA ha amanecido hoy más huérfana. Nos falta el maestro Juan Carlos Rodríguez. Y nos falta a todos, porque su labor académica sobrepasó con creces las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras, convirtiéndolo durante los últimos cuarenta años en un prodigioso motor intelectual de la ciudad. Catedrático de Literatura Española, su brillante tarea como investigador lo empujó a ejercer la filología desde un inaudito conocimiento teórico y una erudición literaria que le permitía trabajar con la misma profundidad a clásicos españoles que a contemporáneos estadounidenses. Fue autor de una obra inmensa, en la que siguió trabajando hasta sus últimos días, y puedo decir sin temor a exagerar que libros como La norma literaria, La literatura del pobre, El escritor que compró su propio libro o De qué hablamos cuando hablamos de marxismo lo convierten en uno de los teóricos de la literatura más importantes de nuestro país.

Yo tuve el privilegio de cursar varias asignaturas con él. Sé que no hablo solo por mí cuando digo que Juan Carlos nos enseñó a leer. Sus clases y sus ensayos cumplieron una labor transformadora que sigue operando en nosotros. No se enseña igual la literatura después de Juan Carlos. No se piensa igual. Las virtudes de sus clases eran las mismas que las de sus ensayos: inteligencia y conocimiento a raudales, entusiasmo, talento literario puesto al servicio de la crítica, voluntad humorística y cierta actitud traviesa, que hacía frescos sus razonamientos e irresistible la disciplina. ¿Cuándo ha sido fascinante la universidad? Siempre que estaba cerca él.

Pero Juan Carlos no ha sido solo maestro de filólogos; ha sido también maestro de escritores. Como sabemos en Granada, su aportación determinó la creación de La Otra Sentimentalidad, movimiento imprescindible para el desarrollo de la poesía en nuestro país. Fue también de un enorme impacto para otros muchos narradores y poetas que pasaron por sus clases. Por unas y otras razones, no terminaremos de agradecer su legado. Libro, escribió Juan Ramón Jiménez, es "afán / de estar en todas partes / en soledad". Así está con nosotros Juan Carlos Rodríguez, cuyo nombre merecería ser pronto el de una gran biblioteca, ese lugar desde el que nunca va a dejar de deslumbrarnos.

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