Año de mentiras

Hemos de tragarnos mentiras si queremos mantener la creencia de que la clase política no miente

Dicen que la inocencia se puede ver en la cara de los infantes mientras contemplan con éxtasis la cabalgata de los embajadores de ciertas majestades llegadas de tierras lejanas, y que ya se marcharon hace unos días. Lo de los embajadores me lo encontré en la portada de este diario y me pareció una sutil forma de enmascarar la verdad, o digamos que llamar de otra manera a la mentira, entiéndaseme. En todo caso sería una mentira tan inocente como la candidez de los niños que esperan los regalos de las verdaderas majestades, vengan de donde vengan y vayan a donde vayan. Yo estaría por afirmar que esa mentira, que cuando se descubre nos hace perder eso de la inocencia, es la vacuna que nos inmuniza de todas las restantes mentiras que debemos creernos a lo largo de la vida o al menos nos hace menos doloroso el descubrir que el primer amor puede ser tan falso como cualquier otro, o que tu ídolo deportivo, principalmente futbolístico, se cambia de equipo y se marcha a jugar en el equipo del eterno rival.

En todo caso, esas y otras mentiras las vamos descubriendo poco a poco, de hecho algunas puede que ni las recordemos gracias al maravilloso funcionamiento de nuestro cerebro que termina borrándolas o reprocesándolas en medias verdades, o transformándolas en verdades absolutas. Es aquello del diego y del digo en versión neuronal.

Quizás eso sea lo que le ha ocurrido al representante republicano por Nueva York, llamado George Santos (mira que el apellido tiene su guasa), que ha reconocido que gran parte de su curriculum es inventado, o sea mentira, pero que él califica simplemente como un curriculum embellecido. "Ese es mi pecado", afirmó; utilizando una expresión muy propia de su apellido, permítanme la ironía. Si buscamos en los curriculum de políticos españoles seguro que se nos viene a la memoria algún caso reciente de embellecimiento curricular, tipo master o doctorado, ¿verdad?

Empero esas mentiras son las menores, las mejores y mayores acontecen cuando se acercan las elecciones o cuando hay que prometer algo que nunca haría pero que indefectiblemente ocurrió. No dormiré si…; no habrá de esto… ni de lo otro… Yo nunca hice aquello ni me enteré de nada de eso… Mentiras que tenemos que tragarnos si queremos mantener la inocente creencia de que la clase política no miente o que nos trata como a cándidos infantes en fervor del amor que tienen por el sillón del poder. Revisen su calendario vacunal, digo electoral, y prepárense para el año que nos espera. Vale.

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