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EN los cines de España, y de Granada, acaba de estrenarse Chico y Rita, un musical de dibujos animados para adultos del cineasta Fernando Trueba y el dibujante Javier Mariscal. Si el comic de esta historia era ya atractivo, sugerente, la película consigue sin duda superarlo; gracias, sobre todo, a sus personajes e imágenes en movimiento y a su espléndida banda sonora. Chico y Rita es un regalo musical en el que se mezclan el jazz, el bolero, la salsa; y donde el magistral piano de Bebo Valdés, que suena durante casi toda la cinta, puede llegar de pronto a encontrarse con la intensa voz de Estrella Morente.
La historia narrada transcurre en dos ciudades: La Habana y Nueva York, y en dos momentos distantes: finales de los 40 y los 50 y un hoy cubano ambiguo, que podría situarse lo mismo en los 90 que en 2010. Otro logro de la película es precisamente la excelente y milimétrica reconstrucción de La Habana de los 50, con sus calles repletas de locales comerciales, sus múltiples y coloridos anuncios e imponentes edificios, su Malecón y su mar y hasta el tranvía que atravesaba la ciudad. Una Habana que, vista desde hoy, parece casi mito, invento que nunca existió. No faltan, tampoco, alusiones a cómo lo peor de aquella época se repite en la Cuba de hoy, o a cómo sobreviven ahora mismo los cubanos en medio de un mundo gastado y en ruinas.
Chico y Rita es la historia de amor entre dos personajes populares, un pianista de jazz y una cantante, ambos negros, o mulatos, que se encuentran y se separan, se separan y se encuentran a lo largo de la película y de los años. Pero Chico y Rita es más que eso. Es, también, un homenaje a los brillantes músicos cubanos de los 50, olvidados en la Cuba de Fidel Castro hasta que los re-descubrieran sus colegas extranjeros en los 90 y volvieran a estar, ya ancianos, otra vez de moda. Y es, acaso, más que nada, emocionante metáfora de la historia de amor y dolor, separaciones, encuentros y desencuentros entre los cubanos que se quedaron en la isla y los que se fueron; una historia de amor entre parejas, pero también entre padres e hijos, entre familias enteras, entre amigos, entre todo un país.
Chico y Rita se parece, sutilmente, a otra película española sobre Cuba, hecha también con amor y sabiduría: Habana Blues, de Benito Zambrano. En aquella, como en ésta, la música intenta suturar la profunda herida de la separación y el desgarro; en aquella, como en ésta, la música es la voz de lo que casi no puede decirse con palabras; es, en ambas, esperanza; leve, y auténtico, ensayo de cura.
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