Me resigno a pensar como padre que siempre nos toque perder. Soportar un sinfín de tertulianos diciendo que nuestros hijos conformarán una generación de analfabetos. Transigir con acusaciones de excesivo conformismo. Soportar nos consideren la cara de una sociedad en estado catatónico… A veces pienso que es verdad, que llevan razón, que renunciamos a nuestra responsabilidad ciudadana. Normal. No pagan dietas por ir a manifestaciones. No estamos liberados para acudir bajo una pancarta sin que el día nos cueste el dinero. O solo que nos acostumbramos a perder.

Son muchas las ocasiones en que te rebelas contra tu incapacidad para decir basta. Nunca levantas la mano ni alzas la voz. La calle no es tuya, reniegas del espacio que te correspondía. No va contigo. Mientras, mientras renuncias a tu condición de ciudadano, se escapan derechos, malvendes libertades, esquivas convicciones y te enrocas en silencios. Duele. Duele sentir como pierdes espacio y condición. Siempre detrás de la barrera. Renunciamos a la calle, la que de jóvenes ofrecía lucha y carreras, la que hacía soñar con futuro y mucha dignidad. Pico y pala para defender lo tuyo. Hoy no. Otro día será. Basta con acudir al trabajo. Y defender tu paga.

Esta mañana me levanté y vi a mis hijos. Seis y veinte. Días oyendo hablar de educación, de currículos, de analfabetismo. Apenas un mes de escribir acerca del destrozo educativo, del fracaso, de la renuncia a hablar de mérito y capacidad, del adoctrinamiento, de la adulteración de nuestra historia como estado en manos ocurrencias políticas arribadas por nacionalismos desencajados, de un sistema prostituido a cambio de envenenados apoyos parlamentarios.

Decía James Baldwin que “es casi imposible convertirse en persona educada en un país tan desconfiado de la mente independiente”. Hoy, tercos como mulas, nos aventuramos en ese Pisa español en que convirtieron la otrora reválida de sexto de Primaria y segundo de ESO, en esa evaluación que dice ser fiel medida que determine la capacidad de los escolares en utilizar conocimientos, habilidades de lectura, matemáticas y ciencias. Pero siempre nos enfangamos en el mismo charco. Especialistas en diagnóstico. Nulos en soluciones.

Así que me alineo con mi juez, con Don Emilio, y pido que el Pisa español, ya que no sirve para nada, recoja si los niños dicen “os quiero” a sus padres. Y añado, Don Emilio, que recoja también en qué momento lo dicen. No vaya a ser que sólo sea respuesta para cuando le damos un móvil. Que sí, que saber en qué grado de desaprendizaje se encuentran es importante, que las mates son importantes… pero que esto también, Don Emilio, que como usted dice, esto también. Y punto Don Emilio, y punto…

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