Juan De Loxa

Enrique Morente, Shakespeare & Carlos Cano: París 1972

ÉSTE que veis aquí, en tres secuencias, es Enrique Morente. 1972. Sobre jersey oscuro, un llamativo collar, cerrado el puño de la mano izquierda, gesto entregado al momento del cante. En la segunda imagen, con la sonrisa abierta y también las manos, sorprendido por el artista fotógrafo José María Enamoneta. Sentado en el suelo, a rayas, yo observo el cuaderno del que lee Mari Carmen Regnier, poeta francesa. La estantería, repleta de libros, con el mismo orden desordenado que en 1928, cuando James Joyce, junto a Silvia Beach, eran retratados por Giselle Freund. En la misma ciudad, y frente al mismo río -recordando brevemente, modificado, un verso de Pablo del Águila-, aún Enrique no había interpretado Si mi voz muriera en tierra, de Alberti, pero sí se arrancó por soleá, acompañado por el granadino Manolo Cano (en la estampa número tres), mientras Carlos Cano busca su poema en el libro llevado desde Granada de Manifiesto Canción del Sur.

Puedo decir que fue por mi culpa, por mi grandísima culpa, el que nos reuniésemos en este lugar, la librería Shakespeare & Company de París, (el kilómetro 0, creada en 1919 por Silvia Beat), para homenajear ese día a un poeta español que en Roma cumplía 70 años: Rafael Alberti. En el escaparate, Carlos y yo habíamos colgado un cartel anunciando el homenaje de la revista granadina Poesía 70, y el propietario, George Whitman, sobrino del autor de Canto a mí mismo, nos permitía colocar en primera fila, un ejemplar, con su llamativa portada rosa fuerte, diseñada por Claudio Sánchez. No faltaría a la cita Manuel Ángel Ortiz que, pese al aguacero que intuyó César Vallejo, estuvo con nosotros rodeado de escritores de varios países latinoamericanos y, difuminada entre el gentío, como en un concierto de rock, la gran Simone de Beauvoire.

La invitación que nos hizo la Unesco para honrar a Lorca, gracias a la iniciativa de Paco Ramírez, entonces uno de los responsables culturales de la institución, propició que estos granadinos estuviéramos allí, quedando constancia de lo dicho por ese reportaje fotográfico, hoy repartido por libros de Antonio Ramos Espejo, Antonina Rodrigo, Fernando Lucini, o el último, Granada y la revolución 70, de Fernando Guzmán Simón, editado por Comares. José María Enamoneta continúa siendo el gran artista generoso que fue. Manolo Cano, Enrique Morente, Manuel Ángeles Ortiz y Carlos Cano ya no están con nosotros, aun permaneciendo, con una obra inmensa. Suele decirse, sobre todo en los entierros, que siempre se van primero los mejores. Así debe ser, pues de todos ellos y de aquella película sólo quedo yo, no sé por cuánto tiempo, aquí dando por culo. Les tuve mucho cariño y creo que ellos, pese mi distante acercamiento, también a mí.

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