El pasado día 12 de mayo celebrábamos el día internacional de la enfermería, efeméride en conmemoración del nacimiento de Florence Nightingale, considerada la madre de la enfermería moderna. Esta mujer se ofreció como voluntaria en la guerra de Crimea que tuvo lugar entre 1853 y 1856 para atender a los heridos y a partir de aquí consiguió reformar los servicios de atención médica y enfermería para la atención integral de estos.

La fecha señalada sirve para el agradecimiento de la sociedad a los hombres y mujeres, que ejerciendo esta profesión vocacional y humanitaria cuidan y seguirán cuidando nuestra salud en la corta distancia, siempre a la cabecera del paciente; máxime en estos tiempos de pandemia en los que muchos de ellos y ellas han expuesto sus vidas para proteger las nuestras.

Pero también ha sido una fecha para reivindicar mejores condiciones laborales en esta y otras categorías profesionales de la sanidad, con el propósito de evitar el éxodo imparable de médicos y enfermeras a otros países de nuestro entorno. Los datos son contundentes: más de 8.000 enfermeros/as y alrededor de 20.000 médicos han emigrado fuera de nuestro país en los últimos años; la gran mayoría de ellos y ellas con una magnífica formación que los hace especialmente valorados por los sistemas sanitarios de países como Francia, Alemania, Noruega, Suiza, Bélgica y Reino unido. Contratos precarios, temporales y exiguos sueldos son la causa de este éxodo que se agudizó desde la crisis del año 2008. El déficit de médicos y enfermeras de nuestro sistema público de salud, para los próximos años es de 12.000 y más de 86.000 de ambas categorías respectivamente. Esta carencia, ya conocida en 2020, no había sido planificada por las autoridades sanitarias, aunque ya se advertía por parte de los colegios profesionales. La situación además empeorará en los próximos 15 años, porque gran parte del personal sanitario pertenece al llamado baby boom que se jubilará en este periodo.

Revisar las políticas de restricción a médicos graduados en el extranjero y aumentar la oferta de las facultades y escuelas de enfermería, son algunas de las recetas que proponen las administraciones. Pero esto no disminuirá ese flujo migratorio incesante de profesionales. Mejorar la remuneración salarial y estabilizar los puestos de trabajo mediante el aumento de una oferta pública periódica son también decisiones inexcusables para conseguir que magníficos profesionales cuya formación costeamos, sigan ejerciendo en nuestro país, mejorando nuestra atención sanitaria.

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