Fantasías políticas

Ante este derroche de falsedades, exageraciones y bulos es imposible establecer un debate serio

Por momentos parece que la oposición política ha desertado de la realidad. Los discursos que se oyen más tienen que ver con una imaginación tan truculenta como desbordada que con la discusión de cuestiones constatables. Es prácticamente imposible que el debate se centre en temas veraces y comprobados sin que se recurra a elementos inventados sobre los que es más fácil hacer vaticinios catastrofistas sin necesidad de ulteriores razonamientos. Hay una tendencia constante a introducir en cualquier discusión pública acusaciones infundadas o previsiones lúgubres sobre nuestro futuro. Antes de profundizar en un debate sobre problemas reales se prefiere azuzar los miedos al futuro, anunciando continuas y próximas crisis sin que hasta ahora, al menos, tales premoniciones hayan sido confirmadas.

En esta línea de la imaginación tétrica y agorera, nada equiparable a la actividad febril de la presidenta de la Comunidad de Madrid, que de una sola tacada y en una sola intervención parlamentaria acertó a acusar al Gobierno de Pedro Sánchez de ser una dictadura que prohíbe a los ciudadanos tener mascotas, obliga a comer determinados alimentos racionando el jamón, censura películas de los años ochenta, impide los gestos de cortesía con las mujeres o niega a las niñas el derecho a comprarse muñecas estas Navidades. Ante este derroche de falsedades, exageraciones y bulos es imposible establecer un debate medianamente serio que no vaya más allá de lamentar tanta falsedad.

Pero esta misma línea expositiva, como era de esperar, la ha adoptado la dirección nacional de su partido y su cualificado portavoz, Elías Bendodo, se asoma a la actualidad para afirmar que el actual presidente del Gobierno es un kamikaze que devalúa la democracia con medidas propias de un régimen totalitario. Ni un razonamiento, ni una prueba, ni una idea; solo con la afirmación se consigue el efecto de la descalificación absoluta, pero a la vez se impide la discusión o el debate sobre elementos reales de la política española. Este permanente afán de eludir la conversación sobre las cosas concretas para enredarse en acusaciones catastrofistas está llevando el debate político a un diálogo de sordos. Es el ruido permanente y constante que trata de eludir los debates y opacar la realidad que por lo visto interesa poco. Y por eso la esfera del razonamiento se aleja de la actividad pública para trasladarla al mundo de la fantasía que en este caso es el de la intoxicación y la falsedad.

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