QUA si Morientes et ecce vivimos. Con este versículo de la II Carta a los Corintios se recuerda a quienes mueren en momentos de confusión, catástrofe o guerra. "Como desconocidos, aunque bien conocidos; como quienes están a la muerte, pero vivos". Si hay algo que me entristece profundamente de esta crisis es el trato pueril y cruel que estamos dando a los fallecidos. Pueril porque, como niños, nos protegemos en casa. Salimos cada día para homenajear a quienes se están arriesgando por todos y lo hacemos como quien va de fiesta, con la música a todo volumen y la sonrisa en la cara. Queriendo burlar a la muerte. Cruel, porque, consciente o inconscientemente, estamos arrinconando a más de veinte mil compatriotas muertos. Dejándolos en un rincón oscuro de algún desván, oculto a nuestra mirada ilusa y miedosa.
Ninguno es un mero número. Ni un nombre más en una lista que se alarga a diario. Si un día se leyeran esos nombres, uno a uno, escucharíamos una salmodia. Monótona y quizá emocionante. Pero para muchos; hijos, cónyuges, hermanos, familiares y amigos, cada nombre evocará una mirada y una sonrisa; cada nombre les generará una emoción, a veces alegre, a veces triste. Pero siempre humana. Y sobre todo, tras cada nombre habrá un rostro, reflejo de honradez, bondad, afán, esfuerzo, amor y entrega. Hubo un día en el que cada uno de ellos tuvo en sus ojos la viveza de la infancia y la ilusión de la juventud. Cada una de esas muertes se está saldando con un final triste y solitario. Quizá necesario en las circunstancias actuales, pero indigno de una sociedad que se vanagloria de su empatía y solidaridad.
Esta pandemia nos está robando a nuestros mayores. La gran mayoría de los fallecidos supera la setentena. Y parece que nos diera igual. No veo dolor, ni emoción, ni recogimiento, ni luto público. Son la generación de la posguerra. Los que superaron hambre y frío y reconstruyeron un país destruido que ayudaron a levantar desde niños. La generación que apoyó a sus padres, después a sus hijos y hasta ayer mismo a sus nietos. Han transitado el camino más duro y nunca abandonaron. Hoy, todos sus sueños son la realidad que disfrutamos quienes vinimos detrás. Demostraron al mundo de lo que eran capaces. Sé que son únicos e irrepetibles y de que difícilmente estaremos a su altura. Por eso me duele tanto que les estemos dejando marchar sin el recuerdo emocionado y el público tributo que merecen.
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