remedios / sánchez

Juan Carlos Rodríguez, maestro

HOY, que es octubre en un calendario en el que las hojas se entremezclan con las primeras briznas de lluvia del otoño, muchos en Granada sentimos una profunda sensación de desamparo, de pena honda porque se nos ha muerto el maestro. Juan Carlos Rodríguez, catedrático de Literatura de la Facultad de Filosofía y Letras, maestro de varias generaciones de filólogos se nos ha ido despacito, con la misma lentitud con la que saboreaba un cigarrillo en aquellas clases en las que, todavía, se permitía fumar. Juan Carlos, la sonrisa ladeada, con su ironía cargando las frases y su coquería de sombrero, ha sido el último maestro de una generación irrepetible. Durante unos decenios, la Universidad de Granada ha venido disfrutando de un prestigio verdadero en humanidades que se sustentaba en el modo de proceder de docentes, como Juan Carlos, que hacían de la enseñanza un arte y, de la palabra medida, un modo de descubrirnos la realidad.

A lo largo de estos veinte años en que me he sentido su alumna por modo de pensar y de entender los textos, no he conocido a nadie más apasionado con la literatura; ni que tuviera un conocimiento más profundo. Suyo es el cimiento ideológico en el que se fundamentó La Otra Sentimentalidad, cuando, como decía García Posada, los mejores poetas de España estaban en Granada. Suya es también la aplicación de la radical historicidad y del materialismo histórico a la literatura. Sin embargo, sus alumnos nos acercábamos a él como quien se acerca a un amigo. Jamás esa altura intelectual suya significó una distancia, ni para colegas ni para los jóvenes aprendices, que andábamos a su alrededor con la conciencia de estar ante alguien singular e irrepetible. Pero se nos ha marchado, por la misma senda clara que se fue Giner de los Ríos, por el camino de Machado, con su mirada limpia y sus ojos sagaces de hombre que ha vivido mucho y ha paladeado la vida a sorbos lentos de whisky acompañado siempre de esa mujer generosa, discreta y elegante que es la poeta Ángeles Mora. Hoy, muchos sentimos la orfandad del magisterio de un profesor sabio, bueno, honesto y comprometido al que jamás olvidaremos. Adiós, maestro. Que la tierra te sea leve.

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