A dos semanas de las municipales, y de las autonómicas donde toca, no tengo la menor idea de qué puede ocurrir. A ver, sospechas, sí; percepciones, más o menos endebles, también; pero certezas, ninguna. Si uno hace el cálculo de la suma de votos totales que prevé sí que hay una cierta idea de quién puede ser la primera fuerza, pero es que, en las municipales, ser la más votada no significa necesariamente ganar. Ganar gana quien se lleva el gato al agua, quien mantiene más gobiernos o quien alcanza nuevos. Y, para eso, en cada sitio se libra una batalla. Por partes: tres consideraciones, una larga, una breve y otra brevísima.

Uno: aunque el deseo de muchos sería que las elecciones municipales fueran plebiscitarias con respecto a Pedro Sánchez, no lo son del todo, pero el rechazo o el apoyo a la figura del presidente va a tener influencia. Igualmente, aunque el deseo implicara que fueran como una primera vuelta de las generales que vendrán, y siendo que eso puede ser algo más cierto, no lo son del todo tampoco. Si miramos solo las locales, España tiene 8.131 municipios. De ellos, seis que superan el medio millón de habitantes, 24 más superan los 200.000 y la cuenta sube hasta 34 más si el umbral se fija en superar los 100.000. Solo Barcelona y Madrid son millonarias en población, Barcelona con más de millón y medio; Madrid, por encima de los tres. Cuanto más grande sea el sitio, más influencia tiene el ambiente general, más se desdibuja lo local y más importancia tiene el efecto plebiscito o el de una suerte de primarias para las generales, y, aun así, no en todas, porque en cada una de esas ciudades el peso del gobierno local es también muy relevante. O sea que lecturas para todos. Si el PSOE o el PP son primera fuerza, aunque sea por la mínima, en número de votos, leerán una victoria grande porque el relato posterior sí se fabricará de cara a las generales, pero no será del todo cierta. Que ganen el PP o el PSOE ahora, de verdad, depende de la habilidad de sus líderes locales, del buen o mal gobierno que hayan practicado en sus ciudades, aunque Peter se merezca el desalojo o Feijóo la frustración, según los gustos.

Dos: las elecciones (verdad verdadera en casi todas, pero verdad verdaderísima en las municipales) no las gana la oposición, las pierde el gobierno. Quiere decirse: los muy buenos, tranquilos, porque no hay vendaval general que los mueva; los buenos, al loro por lo que pueda ocurrir, pero sin mucha inquietud; los malos, da igual, van fuera. Ninguna sigla soporta normalmente una quimera.

Tres: antes decíamos que las mayorías absolutas no eran buenas. Tal como está el patio, si su gobierno es bueno, denle alas, sin importar el beneficio que arrojen para otros. Si los grandes se apoyan en los extremos, esto se disloca y solo podemos aspirar a que flote, como flotan otras cosas que a casi nadie gustan, aunque, de propina, cuatro y chimpún, hay gente pa tó.

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