Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Merece la pena?
EL día que Rocío Wanninkhof fue enterrada en el cementerio de Arroyo del Ojanco, en uno de los pueblos jienenses que blanquean la Sierra de Cazorla, decenas de periodistas ejercimos de cronistas para relatar un pequeño episodio de dignidad en aquella cruenta historia que había comenzado un mes antes con la inesperada desaparición de la joven en la feria de Fuengirola.
La tarde del 9 de octubre de 1999, Rocío estuvo con su novio en su domicilio de La Cala de Mijas, regresó a casa caminando, sola, y jamás llegó. La joven apareció brutalmente asesinada en los Altos del Rodeo de Marbella 24 días después. Le asestaron once puñaladas por la espalda y le desfiguraron el cuerpo con ácido. En el silente camposanto de Jaén se cerraban tres semanas de angustiosa búsqueda y de desconcierto. Tal vez hallara algo de paz.
Aquel domingo lloviznó. Nada se sabía entonces de lo sucedido. Cualquiera podía ser el asesino. Podía estar allí mismo... Cerca de su madre Alicia y su hermana Rosa, entre los vecinos y periodistas que nos agolpábamos a las puertas de la iglesia para hacer el camino al camposanto. Intentábamos, con los dedos entumecidos y los bolígrafos rebeldes por la helada, ser testigos de algo. De todo y de nada, porque la tragedia de Rocío estaba entonces tan borrosa como su rostro.
Hoy, el caso Wanninkhof es un grave "error jurídico". Dice la Wikipedia que ocurrió cuando, "en un ambiente de histeria popular" y "en un juicio plagado de irregularidades", Dolores Vázquez fue declarada culpable por un jurado popular de la muerte de Rocío. Unos años más tarde, en 2003, la investigación sobre otra desaparición, la de la joven de Coín Sonia Carabantes, situó a Tony King como sospechoso de los dos crímenes. En su comparecencia ante el juez, el británico confesó que Sonia murió "por accidente" y dio detalles del crimen de Rocío. Fue declarado culpable y condenado. Dolores Vázquez, aquella señora que no se separaba de la madre el día en que enterramos a Rocío, sería exculpada.
El próximo 21 de noviembre se cumplen diez años de aquel entierro. Lo recuerdo ahora cuando vuelvo a encontrarme con las fotografías de María Teresa por Motril. En todo este tiempo, no he logrado desvincular los casos de Rocío y Sonia con el de María Teresa. Este martes hará nueve años que la joven motrileña desapareció. Fue el verano siguiente a la muerte de Rocío. "Desafortunadamente", confiesan sus padres, "a día de hoy no sabemos absolutamente nada; sólo que nuestra hija no está con nosotros y eso ya es bastante doloroso".
Su dormitorio permanece tal y como lo dejó aquel 18 de agosto de 2000. Ellos siguen esperando. Aún hay esperanza. En el almanaque, un nuevo día que tachar sin noticias de su hija. No pueden abrazarla; tampoco llevarle flores. Para ellos sigue siendo un ruego que prosiga la investigación hasta hallar algo de luz. Para las autoridades, para los medios y para esa opinión pública capaz de tanto en algunos casos debería ser una obligación exigirlo. Miro los rostros de Antonio y de Teresa pero encuentro la mirada perdida de la madre de Rocío, y la desazón de los padres de Sonia y la impotencia de los padres de Marta del Castillo. La misma tristeza de quienes han perdido a un hijo. Unos viven, asumen y recuerdan; otros sólo viven para saber.
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