Memento mori

¡Tiempos misceláneos! De fusión. En el café Memento Mori se dan la mano vida y muerte

19 de enero 2023 - 01:47

Ayer por la mañana, entró, curioso, mi amigo Pánfilo en el Memento mori, un café que hay frente al Jardín Botánico de Derecho. Se sentó y lo primero que vio fue el majestuoso árbol que se yergue en una esquina del jardín. Qué paradoja, pensó, que este ejemplar de la única especie no extinta de la clase Ginkgopsida, este ginkgo biloba, este fósil viviente, vástago de una estirpe vegetal con cerca de 290 millones de años de presencia en el registro fósil, ajeno a las injurias del tiempo, tenga que soportar día y noche el rótulo del café que le recuerda que ha de morir, inevitablemente. A él que, posiblemente, sobreviva al local y a toda su clientela presente y futura. Pánfilo temió encontrarse en el interior del bar con una caterva de ancianos, ejercitándose, juntos, en las destrezas necesarias para afrontar el trance ineludible con dignidad. Pero resultó ser él la única persona mayor presente en una sala repleta de jóvenes. A la una de la tarde, una amable camarera le rogó que abandonara la mesa porque había que vestirla para la comida. Pánfilo pasó por los servicios antes de irse, y allí se dio cuenta de que aquel no era un café para viejos. En consonancia con la abigarrada decoración del local, envuelto en flores de papel de colores violentos y arropado por el recubrimiento de fibra sintética del techo, en el que se ha instalado un tiovivo cabeza abajo, el servicio, con poca luz y con paredes de mármol negro, más que para orinar, parecía ser el lugar adecuado para que, a la noche, algunos jóvenes echaran un polvo apresurado o esnifaran el polvo de alguna raya. Despavoridos salió del local. ¡El Carpe diem y el memento mori, vida y muerte, conviviendo en el mismo espacio! Ya en la calle, maldijo a los responsables: al director de la película El club de los poetas muertos, al actor Williams Robin,a Horacio y su carpe diem, de Ausonio y su collige virgo rosas e, incluso, se reprochó a sí mismo el haber incitado a sus alumnos en sus años de maestro a coger las rosas de la vida antes de que se marchitaran. Juró no volver, pero, a la semana siguiente, regresó, atraído, según me cuenta, por las excelentes tostadas de pan casero que le sirvieron. Pero me malicio que más bien volvió por si a las jóvenes que suelen quemar la noche en el Memento mori se les había caído del seno algún clavel.

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