NOTAS AL MARGEN
David Fernández
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RECUERDO un viaje a Chile, 13 horas de vuelo, donde un viajero manifestó que no le importaba reubicarse en otro lugar del avión siempre que no hubiera niños pequeños cercanos a su sitio. Yo he "sufrido" algún vuelo de larga duración con pequeños que lloraban desconsolados mientras el resto de adultos intentábamos descansar en los incómodos asientos; indudablemente son molestos, los pequeñines. He estado en piscinas con niños salpicando y mostrando poca educación y los padres por algún lugar perdidos. He comido en restaurantes donde pequeños correteaban, gritaban y chillaban. Recordemos aquello de "niño deja de j… con la pelota". Es indudable que en muchas situaciones los infantes son incómodos, molestos, fastidiosos, casi insoportables.
De esa aparente molestia parece que derivan las ofertas de hoteles, restaurantes y otros servicios de ocio que solo admiten adultos. Adultos que puede que tengan niños, pero que, según justifican los ofertantes de esos servicios, quieren hacer una escapada sin niños. Y tan contentos. Y dicen que es un sector en crecimiento, que así se ofrece un servicio diferenciado, que se genera calidad, en definitiva que hay negocio, que es lo importante.
Mi opinión, suave, es que parece poco justificable esta discriminación por edad; que creo se podría llamar de este modo. ¿No se podrían hacer ofertas como en los viajes para personas de más de ciertos años, pues aplíqueme un descuento porque vengo sin niños? ¿Se lo imaginan como alternativa a los niños gratis que te ofrecen en los cruceros? La espiral de alternativas puede llegar al absurdo, pero seguro que podemos o podríamos encontrarlas. Lo dicta el mercado.
Siendo crudos: estos hechos nos revelan la sociedad acomodaticia en que vivimos. Claro que los niños son fastidiosos y la vida familiar es un puzle a veces insoluble, pero resulta que muchos de esos comportamientos insufribles tienen una solución en la educación que les damos a los pequeños o más bien que no les damos porque a nosotros mismos, los adultos, nos cuesta el esfuerzo. Pura comodidad, les digo. El hotel sin gritos es más fácil que el esfuerzo de educar. Evitemos problemas. El problema será cuando a fuerza de no tolerarlos nos olvidemos de sus llantos y de sus risas. Tendremos entonces sociedades plácidamente muertas en su comodidad. Seguro que aquel viajero del avión tenía un plan privado de pensiones. Vale.
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