Uno no es lo que es, sino lo que los poderosos dicen que es. Nos miramos y no somos capaces de ver más allá del reflejo que construyen de nosotros los demás. Un montón de tópicos interesados y retroalimentados por la debilidad propia que, contrariamente a lo que pensamos, es la que enaltece la fortaleza del otro. Somos españoles. Incapaces de que funcione la chulería ni cuando vamos de sobraos, y para muestra un botón: un entrenador con exceso de ovoalbúmina y falto de neurogranina o de glucosa, el nutriente energético que utiliza el cerebro. De todos los tópicos con los que nos construyen, la picaresca es connatural y parece que privativa. La picaresca y un complejo de inferioridad hacia cualquier país situado allende los Pirineos son condición intrínseca al sufijo -ez que, después del García, construye los apellidos más comunes en España, "el hijo de", el gentilicio que se impuso allá por el siglo XIII. La zeta, no la eñe como pretendemos, es la grafía con la que se nos identifica. La zeta es la que suena, la vigesimonovena y última letra del abecedario. Por contraposición, estaría el pueblo alemán. Los teutones, intachables, diligentes, cumplidores, rectos... Los mejores coches, sin duda, los alemanes, por mucho que la Volkswagen, instale, con una picaresca impropia, un software para alterar los resultados de los controles técnicos de emisiones contaminantes, un fraude en los motores dieses que superaron 40 veces el límite legal de óxidos de nitrógeno. El poderoso se compromete únicamente con el poderoso. El mayor banco alemán, el Deutsche Bank, manipuló el mercado de deuda en plena crisis del euro para estafar a países que necesitaban un respaldo económico, España entre ellos. La entidad alemana junto a la holandesa, de nombre propicio para letra de comparsa de carnaval, Rabobank, "coordinaron sus estrategias cuando negociaban bonos en el mercado secundario de deuda pública", ni más ni menos que el que fija la ya olvidada prima de riesgo. El país intachable se comportó como buen estafador, obligando a los países más débiles a reformas estructurales que desembocaron en recortes de derechos. Recortes que Angela Merkel no se cansó de exigir. Bruselas denuncia que "infringieron las normas". Habría que preguntarse por qué la denuncia llega ahora. Temo que esta sorpresiva delación sea una cortina tupida que oculte alguna incómoda novedad. Miramos a los alemanes como la raza perfecta frente a nuestra imperfección y olvidamos que exterminaron a sus congéneres en un holocausto atroz. Y en su propósito, los españoles eran, después de los judíos, el siguiente pueblo al que había que aniquilar. La imperfección no tiene cabida en un mundo impecable y ario. Aunque es necesario recordar que también las cuestiones de raza se sustentan gracias a la imposición de un sistema económico, político y social capitalista.

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